jueves, 23 de diciembre de 2021
UNA HISTORIA NO CONOCIDA: Secretos sobre el nacimiento de Jesús
Como sabéis, el significado fraterno y universal de la Navidad la sitúa más allá de cualquier consideración lógica. Ello impide indagar en el fundamento histórico y mitológico de nuestras creencias sobre el nacimiento de Jesucristo y las circunstancias que lo rodearon. Las concepciones sobre la vida de Jesús, al igual que muchas de nuestras costumbres navideñas, se basan no solo en los libros del Nuevo Testamento, sino que deben mucho a la tradición de los cristianos primitivos y a los evangelios apócrifos. Es en ellos - y no en otras fuentes, como la Biblia - donde encontramos, por ejemplo, los nombres con los que hoy designamos a los tres Reyes Magos (Gaspar, Melchor y Baltasar), que son descritos como sabios y no como reyes. Dichos textos sitúan a estos personajes procedentes de Persia, Babilonia y Arabia, quienes basados en una profecía sobre el aparecimiento de una estrella que anunciaría el nacimiento del Mesías, acudieron a Belén, pero al contrario de la creencia, llegaron al lugar pasado dos años de ocurrido. Asimismo, en estos textos aparecen el asno y el buey que hoy se colocan junto al pesebre, lo que da multitud de curiosos detalles sobre el nacimiento e infancia de Jesús. En orden cronológico, las primeras referencias directas a Jesucristo versan sobre su nacimiento en el Protoevangelio de Santiago, donde se relata que los sacerdotes decidieron entregar a María, de 12 años, a algún viudo de Nazaret. Reunidos todos los viudos que portaban una vara, de la de José salió una paloma, por lo que fue designado esposo de María, de quien prometió respetar su virginidad. A los pocos años, José se ausentó del hogar durante seis meses y fue cuando ocurrió la Anunciación. A su regreso, encontró a María embarazada, pero ésta negó haberlo engañado. José pensó, angustiado, que al igual que Eva, María fue engañada y seducida por la serpiente. Los sacerdotes acusaron a José de haber abusado de ella y ambos fueron sometidos a una prueba ritual de agua para comprobar que María guardó su castidad, de la cual volvieron sanos y salvos. Cuando el emperador romano Augusto ordenó censar la población, la pareja partió, y en mitad del camino comenzaron las labores de parto. En el viaje hacia Belén, presentan a María sonriente y llorante por los dos pueblos que ante su Hijo, signo de contradicción, seguirían dos vías opuestas: la aceptación de Jesús o su rechazo. Además, se relata el episodio donde una partera incrédula de la virginidad de María - luego de dar a luz - exigió una comprobación física y al efectuarla se calcinó su mano, pero arrepentida, al tomar al niño entre sus manos sanó. Lucas afirma que el alumbramiento sucedió en un pesebre, imagen que ha pervivido hasta hoy, mientras Mateo habla de una casa. Pero a mediados del siglo II la tradición apócrifa sitúa el nacimiento en una cueva. Esta disensión tal vez se entienda a la luz de los Apócrifos de la Infancia y el Protoevangelio de Santiago, que colocan el pesebre en una gruta. Según los textos ocultos, fue hasta el tercer día cuando María abandonó la gruta y se alojó con su familia en un establo, donde depositó al niño en el pesebre. En el lugar se encontraban un asno y un buey, que reconocieron de inmediato al Salvador y lo adoraron. Tales son algunos de los episodios atribuidos a los evangelios apócrifos sobre el nacimiento del Mesías y hoy ignorados por la mayoría de los cristianos, en torno de los cuales se entablan vivísimas polémicas intelectuales y religiosas. Además de los cuatro evangelios - Mateo, Marcos, Lucas y Juan - incluidos en el canon del Nuevo Testamento, en los primeros siglos de la cristiandad surgieron otros escritos que también recibieron este nombre. Son los evangelios apócrifos, palabra que en griego significa “oculto” o “escondido”. Algunos grupos cristianos les dieron este nombre porque, según ellos, contenían enseñanzas ocultas de Jesús, que estaban reservadas sólo a los iniciados. Este carácter esotérico de algunos de ellos ha hecho surgir un gran interés por los evangelios apócrifos. De algunos, solo nos han llegado las citas recogidas por otros escritores cristianos; otros se han conservado en traducciones a otras lenguas antiguas. Un grupo importante de ellos, compuestos o reelaborados en el seno de grupos gnósticos, fueron hallados en 1945 en Nag Hammadi (Egipto) en los restos de un monasterio copto. Estos escritos no deben ser confundidos con los Manuscritos del mar Muerto, textos que pertenecen a la secta judía de los esenios, los cuales fueron descubiertos casi por el mismo tiempo. Actualmente, hay contabilizados más de 300 apócrifos, de los cuales destaca el Evangelio de Tomás, Evangelio del Pseudo Mateo, Evangelio de Judas Iscariote, Protoevangelio de Santiago, Evangelio de la Natividad de María y Evangelio Árabe de la Infancia. Los apócrifos se escribieron con la finalidad de llenar los espacios vacíos dejados por los cuatro evangelios canónicos, en los que se hace muy poca mención de la infancia de Jesús, y ninguna de sus años juveniles: todo un largo período al que se ha llamado, justamente, su “vida oculta”. La literatura apócrifa refleja muy raramente doctrinas heréticas. Está fundada, más bien, en la tradición oral y escrita guardada por los movimientos esotéricos de matriz cristiana. De hecho, y eso es lo importante, no existe ningún documento eclesiástico que los condenen, por lo cual merecen ser estudiados a profundidad para desentrañar el misterio de los años perdidos de Jesús.