jueves, 5 de enero de 2023
MISTERIOS DE LA BIBLIA: El Arca de la Alianza
Según las creencias cristianas y el folklore judío, se trata de un cofre que contiene las tablas grabadas con los Diez Mandamientos y que fue construida por orden divina, la cual estaba hecha de madera de acacia, revestida por dentro y por fuera con el oro más puro y tenía a su alrededor una moldura o reborde de oro. Para transportarla tenía en las cuatro esquinas, probablemente en el borde superior, cuatro anillas doradas, a través de las cuales se pasaban dos varales de madera de acacia revestidos de oro, los cuales debían permanecer siempre en las anillas, aun cuando el Arca estuviese colocada en el Templo de Salomón. La tapa del Arca, llamada “propiciatorio” era también del oro más puro (Ex. 25,10-17). Sobre ella se colocaron dos querubines de oro macizo, uno de cara al otro, con las alas extendidas de modo que cubrieran ambos lados del propiciatorio. Es imposible determinar qué eran exactamente estos querubines; sin embargo, por la analogía con el arte religioso egipcio, se puede suponer que eran imágenes de personas aladas, arrodilladas o de pie. Vale la pena señalar que ésta es la única excepción a la Ley que prohibía a los israelitas hacer imágenes talladas, una excepción tanto más inofensiva a la fe de los israelitas en un Dios espiritual porque el Arca regularmente se mantendría detrás del velo del santuario. La forma del Arca de la Alianza probablemente fue inspirada por algún artículo del mobiliario de los templos egipcios. Según algunos historiadores modernos, el Arca, análoga a los bari usados en la riberas del Nilo, contenían los objetos sagrados venerados por los hebreos. Al principio estaba destinada a contener el testimonio, es decir, las Tablas de la Ley (Ex. 40,20; Deut. 10,5). Luego se le ordenó a Moisés colocar en el tabernáculo, cerca del Arca, una vasija dorada conteniendo un gomor de maná (Ex. 16,34), y la vara de Aarón que había florecido (Núm. 17,23). La parte más sagrada del Arca parece haber sido el oráculo, es decir, el lugar desde donde Yahveh hacía sus prescripciones a Israel. “Allí”, el Señor le había dicho a Moisés, “me encontraré contigo, desde encima del propiciatorio, de en medio de los dos querubines colocados sobre el arca del Testimonio, te comunicaré todo lo que haya de ordenarte para los israelitas. (Ex. 25,22). En efecto. “Yahveh solía hablar a su siervo en una nube sobre el oráculo” (Levítico 16,2). Probablemente, ese era también el modo en que se comunicaba con Josué luego de la muerte de Moisés (cf. Josué 7,6-11). El oráculo era, por así decirlo, el corazón mismo del santuario, el lugar de la morada de Dios; de ahí que leemos en algunos pasajes del Antiguo Testamento que Yahveh “se sentaba sobre (o más bien, por) el querubín”. Según la narrativa sagrada registrada en Éxodo 25,10-22, Dios mismo había dado la descripción del Arca de la Alianza, así como la del tabernáculo y todos sus accesorios. La orden de Dios fue cumplida al pie de la letra (Ex. 37,1-9) por Besalel, uno de los hombres diestros nombrados “para concebir y realizar proyectos en oro, plata y bronce, para labrar piedras de engaste, tallar la madera y ejecutar cualquier otra labor de artesanía” (Ex. 35,32-33). Ese día Dios mostró su complacencia al llenar el tabernáculo del testimonio con su gloria, y al cubrirla con la nube que desde entonces sería para su pueblo una señal que los guiaría en sus viajes. No todos los levitas estaban autorizados a guardar el santuario y el Arca, sino que este oficio se le confió a los parientes de Quehat (Núm. 3,28). Durante la vida en el desierto, cuando se levantaba el campamento, Aarón y sus hijos iban al tabernáculo de la alianza y al Santo de los Santos, descolgaban el velo protector que colgaba en la puerta, cubrían con él el Arca del Testimonio, le ponían una cubierta de cuero fino, luego un paño todo de púrpura, y le ponían los varales (Núm. 4,5-6). Durante los viajes el Arca iba antes que el pueblo; y cuando era levantada ellos decían: “Levántate, Yahveh, que tus enemigos se dispersen, huyan delante de ti los que te odian.” Y cuando se detenían decían: “Vuelve, Yahveh, a las miríadas de Israel.” (Núm. 10,33-36). Así el Arca presidía sobre todos los viajes y estaciones de Israel durante su vida nómada en el desierto. Como imagináis, el cofre sagrado era el signo visible de la presencia y protección de Dios. Esto se mostró del modo más impactante en diferentes circunstancias. Cuando los espías que habían sido enviados a explorar la Tierra Prometida regresaron y dieron su informe, surgieron murmuraciones en el campamento, que ni las amenazas ni incluso la muerte de los autores pudieron calmar. Contra la voluntad de Dios, muchos israelitas subieron a la montaña para enfrentarse a los amalecitas y cananeos: “ni el arca de la alianza de Yahveh ni Moisés se movieron del campamento” (Núm. 14,44). Y los enemigos bajaron y batieron y destrozaron a los presuntuosos hebreos a quienes Dios no ayudaba. Las próximas dos manifestaciones del poder de Yahveh a través del Arca ocurrieron bajo el liderazgo de Josué. Cuando el pueblo estaba a punto de cruzar el Jordán, “los sacerdotes llevaban el arca de la alianza a la cabeza del pueblo. Y en cuanto los que llevaban el arca llegaron al Jordán, y los pies de los sacerdotes que llevaban el arca tocaron la orilla de las aguas… las aguas que bajaban de arriba se detuvieron y formaron un solo bloque a gran distancia… mientras que las que bajaban hacia el mar de la Arabá, o Mar de la Sal, se separaron por completo, y el pueblo pasó frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza de Yahveh se estuvieron a pie firme, en seco; en medio del Jordán, hasta que toda la gente acabó de pasar el Jordán.” (Josué 3,14-17). A los pocos días, Israel sitió a Jericó. Por orden de Dios el Arca fue cargada en procesión alrededor de la ciudad durante siete días, hasta que las murallas se derrumbaron al sonido de las trompetas y los gritos del pueblo, dándole así al ejército atacante una abertura al lugar (Jos. 6,6-21). Luego, después de tomar e incendiar a Ay, vemos que el Arca ocupa el lugar más prominente en la solemne reunión del pueblo realizada entre el Monte Garizim y el Monte Ebal (Jos. 8,33). Al establecerse los israelitas en la Tierra Prometida, se hizo necesario escoger un lugar para erigir el tabernáculo y mantener el Arca de la Alianza; se seleccionó a Silo, en el territorio de Efraín, cerca del centro del territorio conquistado (Jos. 18,1). Allí, de hecho, encontramos la “casa del Señor” (Jueces 18,31; 20,18), durante el período obscuro que precedió al establecimiento del Reino de Israel, con su sumo sacerdote, a cuyo cuidado se había confiado el Arca. ¿Se quedó permanentemente en Silo, o era sacado de allí cuando una emergencia lo requería, como, por ejemplo, durante expediciones guerreras? Este punto apenas se puede afirmar. Sea como fuere, la narrativa que cierra el Libro de los Jueces supone la presencia del Arca en Betel. No obstante, se sabe que el Arca era transportada aquí y allá según lo requirieran las circunstancias, lo cual es demostrado por lo que leemos en la narración de los eventos que produjeron la muerte de Elí. Los filisteos le habían hecho la guerra a Israel, cuyo ejército en el primer encuentro le dio la espalda al enemigo, fueron derrotados completamente y sufrieron grandes pérdidas. A partir de esto los ancianos del pueblo sugirieron que el Arca de la Alianza fuese traída ante ellos para salvarlos de manos de sus enemigos. Así que el Arca fue traída de Silo y la recibieron en el campamento tales aclamaciones de los israelitas que los corazones de los filisteos se llenaron de pánico. Confiando en que la presencia de Yahveh en medio de su ejército significaba cierta victoria, el ejército hebreo emprendió de nuevo la batalla, para encontrarse con una derrota aún más desastrosa que la primera, y lo que completó la catástrofe fue que el Arca de Dios cayó en manos de los filisteos (1 Samuel 4), quienes opinaron que la toma del Arca significaba una victoria de sus dioses sobre el Dios de Israel, por lo tanto la llevaron a Asdod y la colocaron como un trofeo en el templo de Dagón. A la mañana siguiente hallaron que Dagón había caído de bruces en tierra delante del Arca; lo levantaron y lo colocaron de nuevo en su lugar, y a la mañana siguiente hallaron de nuevo a Dagón en el piso, completamente mutilado. Al mismo tiempo una cruel enfermedad (quizás la plaga bubónica) azotó a los asdodeos, mientras que una terrible invasión de ratas afligió a todo el territorio circundante. Muy pronto se le atribuyeron estos castigos a la presencia del Arca dentro de las paredes de la ciudad, y los consideraron como un juicio directo de Yahveh. Por lo tanto la asamblea de los gobernantes filisteos decidió remover el Arca de Asdod y llevarla a otro lugar. Fue llevada sucesivamente a Gat y a Ecrón, a donde el Arca llevó consigo los mismos azotes que habían causado su remoción de Asdod. Finalmente, luego de siete meses, por sugerencia de sus sacerdotes y adivinadores, los filisteos decidieron renunciar a su pavoroso trofeo. Entonces construyeron una carreta nueva, tomaron dos vacas que estaban criando, las uncieron a la carreta y colocaron el Arca sobre ella, junto con una pequeña caja que contenía ratas doradas e imágenes de sus tumores. Entonces las vacas por sí mismas tomaron el camino derecho hacia el territorio de Israel. Tan pronto los betsemitas reconocieron el Arca sobre la carreta que venía hacia ellos, fueron gozosos a su encuentro. Cuando la carreta llegó al campo de un cierto Josué, se detuvo allí, y como allí había una gran piedra, astillaron la madera de la carreta y ofrecieron las vacas en holocausto a Yahveh. Con este sacrificio terminó el exilio del Arca en la tierra de los filisteos. Sin embargo, el pueblo de Bet Semes no disfrutó por largo tiempo la estancia del Arca entre ellos, ya que los hombres de Quiryat Yearim vinieron y se llevaron el Arca a la casa de Abinadab, a cuyo hijo Eleazar consagraron a su servicio (1 Samuel 7,1). El Arca permaneció en Quiryat Yearim hasta la época de David, quien luego de tomar Jerusalén y hacerla la capital de su reino, quiso que también fuera su centro religioso, por lo que llevó allí el Arca de la Alianza. Una vez llegada a la ciudad, fue colocada en su lugar en medio del tabernáculo que David había hecho levantar para ella. Sin embargo, la tienda que David había levantado para guardar el Arca no sería su última morada. El rey de hecho había pensado en un templo más digno de la gloria de Yahveh. Aunque la construcción de ese edificio sería obra de su sucesor, David mismo se tomó a pecho la consecución y preparación de los materiales para su erección. No es de extrañar que desde el mismo comienzo del reinado de Salomón, éste mostró la mayor reverencia hacia el Arca, especialmente luego del misterioso sueño en que Dios le contestó su petición de sabiduría prometiéndole sabiduría, riquezas y honor, él ofreció holocaustos y sacrificios de comunión ante el Arca de la Alianza de Yahveh. (1 Reyes 3,15). Cuando el Templo y todos sus accesorios hubieron sido terminados, Salomón, ordenó que trasladaran solemnemente el Arca desde el lugar donde David la había colocado hasta el Santo de los Santos. De vez en cuando se sacaba de allí, ya sea para acompañar expediciones militares, o para aumentar el esplendor de las celebraciones religiosas. No importa cuales hayan sido los motivos, el cronista nos dice que Josías ordenó a los levitas regresarla a su lugar en el Templo, y les prohibió sacarla de allí en el futuro (2 Crón. 35,3). Pero la memoria de este carácter sagrado pronto pasaría. En una de sus profecías referentes a los tiempos mesiánicos, Jeremías anunció que sería olvidada completamente: “no se hablará más del Arca de la Alianza de Yahveh, no vendrá en mientes, no se acordarán ni se ocuparán de ella, ni será reconstruida jamás.” (Jer. 3,16). ¿Pero dónde Está Ahora? Según el Libro de los Macabeos, el arca fue escondida en una cueva en el Monte Nebo por el profeta Jeremías, quien dijo que "este lugar permanecerá desconocido hasta que Dios reúna a su pueblo nuevamente y muestre su misericordia". 2 Macabeos 2: 7. Otra versión más interesante acerca de donde se encuentra es hecha por la Iglesia Ortodoxa Etíope, que afirma que Menelik, el autoproclamado hijo del rey Salomón y de la reina de Saba, llevó el arca a Etiopía donde ha estado desde entonces en la Iglesia de Nuestra Señora María de Sión ubicada en la norteña ciudad de Aksum, donde sólo un monje ortodoxo llamado el Guardián del Arca, puede verla. Por cierto, en la ortodoxia etíope, el arca no es sólo una rareza o un artefacto histórico, sino que está en el centro de su fe. De hecho, se dice que cada iglesia en Etiopía tiene una réplica del arca en su interior. La afirmación es de hecho extraordinaria, pero también lo es la supervivencia de la ortodoxia etíope en el corazón de África durante el milenio entre el Concilio de Calcedonia en el año 451 dC y la llegada de los misioneros jesuitas en el año 1500. Muchos etíopes dan crédito al arca por el mantenimiento de su fe a través de los siglos, ya que supieron resistir la amenaza musulmana manteniéndose firmes en su religión. Sin embargo, algunos teóricos hacen mención a otra hipótesis que últimamente ha cobrado gran aceptación, aquella que afirma que pudo ser ocultada en una caverna ubicada bajo con el Primer Templo, reemplazado por el Segundo Templo - ambos sepultados a su vez en el monte Moriah donde actualmente se encuentra la Cúpula de la Roca - donde fue encontrada por los Caballeros Templarios durante las Cruzadas, quienes se la llevaron a Escocia. Pero todas son conjeturas ya que no existen pruebas que fundamenten esas versiones. Los etíopes jamás van a mostrar su ‘Arca’ por lo que no sabremos si efectivamente poseen la original. Esta simplemente desapareció de la historia.