jueves, 19 de octubre de 2023
VULCANO: El planeta que nunca existió
Desde el siglo XVII, se especulaba con la existencia de un planeta situado entre Mercurio y el Sol, el noveno del sistema solar. La razón era que varios astrónomos –Christoph Scheiner, Capel Lofft y Franz von Gruithuisen entre ellos– observaron, en distintos momentos, cuerpos opacos pasando por delante del astro rey. Hoy sabemos que, la mayoría de las veces, lo que estaban viendo eran manchas solares, regiones de la superficie solar con una temperatura más baja y una intensa actividad magnética, y reconocibles a simple vista. En Europa se conoce su existencia desde los tiempos de Carlomagno (en Oriente, desde antes), y el propio Galileo Galilei (1564-1642) las había enseñado a astrónomos en Roma. Pero, por el motivo que fuera, en ese momento a nadie se le ocurrió que podía tratarse de eso. Pensaron que había un planeta escondido más allá de Mercurio, uno que habría pasado inadvertido a los antiguos. Tenía sentido, debido a que por la luz que desprende el Sol, un cuerpo tan pegado a él sería imperceptible, a no ser que pasara por delante (un eclipse). Incluso le pusieron nombre. Por su cercanía al Sol, al astrónomo británico Thomas Dick (1774-1857) se le ocurrió llamarlo Vulcano, como el dios romano del fuego. Algunos de sus colegas casi se volvieron locos buscándolo. El alemán Heinrich Schwabe, por ejemplo, estuvo oteando el cielo todos los días claros entre 1826 y 1843, sin éxito. Y, de repente, en diciembre de 1859, un tal Edmond Modeste Lescarbault (1814-1894) vio pasar un objeto que sin duda tenía que ser Vulcano, o eso creía él. Era un médico francés sin formación en astronomía, pero que desde 1853 venía observando el espacio con un telescopio refractario que se había fabricado él mismo. Lo que vio ese día de diciembre era una mancha oscura que se desplazaba muy lentamente, de una forma similar a Mercurio. Ayudado de un viejo reloj y del metrónomo con el que tomaba el pulso a sus pacientes, y observando su ubicación y dirección, calculó que había tardado una hora, 17 minutos y 9 segundos en pasar por delante del Sol. Eufórico, el médico escribió al matemático Urbain Le Verrier, el estudioso del espacio más respetado de Francia, porque pocos años antes, en 1846, había descubierto el planeta Neptuno. Aunque había otro motivo, quizá más importante, para escribirle a él y no a otro. Lo revolucionario del descubrimiento de Neptuno es que Le Verrier demostró su existencia sin necesidad de verlo. Hasta ese momento, había pasado inadvertido porque está en el extremo del sistema solar, demasiado lejos para los telescopios. Entonces, ¿cómo lo hizo? Fue gracias a las matemáticas. Todo empezó con la constatación de que la órbita de Urano no se ceñía exactamente a lo que establecía la ley de la gravitación universal de Newton; había una desviación mínima, pero consistente. Le Verrier descubrió la causa, que es que la fuerza gravitatoria de otro gran cuerpo celeste perturba su movimiento. Hizo una predicción de dónde se encontraría ese planeta lejano en un momento dado, y, en efecto, a los pocos días Neptuno fue avistado por primera vez desde un observatorio en Berlín. ¿Qué tenía que ver esto con el supuesto Vulcano? Dos cosas. La primera, que, como Neptuno, era difícil de ver –en este caso, por la cercanía al Sol–, de modo que también había que demostrar su existencia mediante las matemáticas. Y la segunda, y aún mejor, que en la órbita de Mercurio –el planeta más cercano a Vulcano– también se había observado una desviación inexplicable. Como ya había demostrado el propio Le Verrier a inicios de 1859, el perihelio de Mercurio (el punto de su órbita más cercano al Sol) se estaba desplazando gradualmente. Se trata de un fenómeno conocido, llamado precesión apsidal, y que consiste en la rotación constante de la elipsis que sigue un planeta. Si uniéramos con una línea imaginaria sus dos ápsides (el punto más cercano y el más lejano de una órbita), veríamos que esta se desplaza. En palabras más sencillas, diríamos que es como una peonza: no solo rota el planeta, sino toda la órbita. Lo que sucedía era que ese desplazamiento no coincidía con lo previsto según las leyes de Newton. Por eso, había motivos para sospechar que un cuerpo desconocido estaba modificando la ruta de Mercurio. Tras recibir la carta, Le Verrier se subió al primer tren hacia Orgères-en-Beauce, el pueblecito en el que el médico tenía su telescopio casero. Como no existía ninguna prueba directa del avistamiento (la fotografía aún estaba en sus inicios), el científico tenía que dar por buena la palabra de Lescarbault y sus cálculos rudimentarios, y lo hizo. Al cabo de unas semanas ya estaba anunciando la buena nueva en la Academia de Ciencias de Francia, Lescarbault recibía la Legión de Honor y periódicos de todo el mundo anunciaban que se había descubierto un nuevo planeta. Es más, basándose en el aparente “tránsito” observado por Lescarbault, el científico se atrevió a definir con precisión las características de Vulcano. Estaba a 21 millones de kilómetros del Sol, y su período orbital (el tiempo que tarda en dar la vuelta al Sol) era de 19 días y 17 horas. Sin embargo, pasaban los años y no sucedía como con Neptuno. Basándose en las predicciones de Le Verrier, astrónomos de todo el mundo buscaron el supuesto planeta, pero ninguno lo encontró. Y los que dijeron hacerlo, a menudo se contradecían entre ellos. Le Verrier no vivió para verlo, pero en 1915 su descubrimiento se vino abajo. Ese año, se dio a conocer su teoría de la relatividad general, que cambió para siempre el modo de comprender la fuerza de la gravedad, hasta ese momento basado en la mecánica clásica. Entre otras cosas, se demostró que las desviaciones en la órbita de Mercurio se debían en realidad a la curvatura del espacio-tiempo causada por la masa del Sol, y no a un “intruso”. De esta manera. ya no hacía falta creer en la existencia de un Vulcano que, por cierto, nadie había visto aún, para explicar este fenómeno. De hecho, esto afecta a todos los planetas del sistema solar: todos presentan diferencias en su órbita con respecto a lo establecido por Newton. Lo que sucede es que Mercurio está más cerca de la masa solar, y por tanto su desviación es más acentuada que la de los demás. En fin, que no hay planeta Vulcano, más allá del que aparece en la serie de ficción Star Trek.