TIEMPOS DEL MUNDO
jueves, 10 de julio de 2025
NO SABRIAMOS CUALES SERÍAN SUS INTENCIONES: ¿Cómo debemos contestar a un mensaje de una civilización interestelar?
En esta ocasión, Avi Loeb - jefe del proyecto Galileo, director fundador de la Iniciativa Black Hole de la Universidad de Harvard, director del Instituto para la Teoría y la Computación del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian y autor del bestseller Extraterrestrial: The first sign of intelligent life beyond earth, así como de su nuevo libro Interstellar - afirma que en caso debamos contestar un mensaje enviado por seres de otros mundos debemos ser precavidos a la hora de hacerlo, ya que la falta de empatía puede ser un resultado plausible de la selección natural y podría conducir al desarrollo de civilizaciones alienígenas despiadadas, un punto de vista el cual como ya es habitual, os ofrecemos traducido y entrecomillado ¿vale?: “Los menús de los restaurantes muestran partes del cuerpo de animales que consideramos menos inteligentes que nosotros. En una reciente cena en una marisquería en Boston, sentí remordimientos al ver el tentáculo de pulpo que nos sirvieron como entrante. Los pulpos tienen un sistema nervioso complejo y una vista excelente, y se encuentran entre los animales más inteligentes. Poseen un cerebro y un sistema nervioso con quinientos millones de neuronas, dos tercios de las cuales están en los nervios de los brazos. En comparación, se estima que el cerebro humano contiene unos 100 billones de conexiones entre ochenta y seis mil millones de neuronas. Cuando el camarero se acercó a nuestra mesa con el plato, comprendí que esta debía de ser la razón por la que los cocineros del restaurante se sentían lo bastante privilegiados como para servir partes de pulpo como entrante. Seguramente, les resultaría desagradable servir de cena a un ser más inteligente que nosotros.La primera entidad terrestre que podría disputar nuestro lugar en la cima de la cadena alimentaria serían los sistemas de inteligencia artificial. Por suerte, su “cuerpo” está formado por circuitos de silicio, así que no pueden digerir partes del cuerpo humano. Pero sí podrían digerir la mente humana. Uno de los mayores retos existenciales para las personas es la salud mental en la era de la inteligencia artificial. Pero cuando el número de conexiones en los sistemas de inteligencia artificial supere los cien billones - la cifra correspondiente en el cerebro humano -, los humanos podríamos ser manipulados y controlados por estos sistemas, igual que los pulpos son manipulados camino del restaurante. En la última década, las redes sociales han servido “comida basura” a las mentes humanas y han provocado una sociedad polarizada, llena de odio hacia personas que nunca hemos conocido. Añadir inteligencia artificial a las redes sociales sin precaución podría llevar a una polarización y un odio aún mayores.Ochenta y seis mil millones de neuronas no son suficientes. Tendemos a odiar a quienes no conocemos en vez de conversar con ellos. Cabe preguntarse cuán pacífica habría sido la historia de la humanidad si el cerebro humano tuviera un billón de neuronas y no pudiera ser manipulado con tanta facilidad. Esta cuestión podría estudiarse en un futuro lejano desarrollando sistemas de inteligencia artificial con billones de conexiones. Ese logro tecnológico quizá requiera una arquitectura nueva que vaya más allá de los microprocesadores. Las tecnologías del futuro podrían inspirarse en la naturaleza, que comenzó en la Tierra a partir de una sopa de sustancias químicas y, tras más de 4.200 millones de años, acabó dando lugar a un cerebro humano que consume solo veinte vatios, en lugar de los gigavatios necesarios para alimentar nuestros sistemas actuales de inteligencia artificial.¿Cómo sería la selección natural en un mundo de inteligencia superior a la humana? ¿Implica “la supervivencia del más apto” - el principio defendido por Charles Darwin - que los supervivientes son quienes poseen mayor inteligencia?Existe un camino científico para responder a esta pregunta. Nuestros telescopios nos ofrecen la oportunidad de realizar un censo en nuestro entorno cósmico. Al examinar miles de millones de exoplanetas habitables en la Vía Láctea o al encontrar artefactos tecnológicos extraterrestres cerca de la Tierra en forma de restos espaciales o dispositivos funcionales, podemos hacernos una idea estadística de la jerarquía en la cadena alimentaria cósmica. ¿Quién controla a quién, ya sea literalmente - en un plato de comida o de manera metafórica - mediante el control mental?Para averiguarlo, debemos cambiar las prioridades dentro de la astronomía convencional e invertir miles de millones de euros también en la búsqueda de inteligencia extraterrestre, en lugar de centrarnos solo en la búsqueda de microbios. Buscar inteligencia superior a la humana o cerebros extraterrestres con más de ochenta y seis mil millones de neuronas - ya sean artificiales o naturales - será una muestra de humildad científica y un indicador de nuestra propia inteligencia. Sin embargo, por ahora, la Encuesta Decenal de Astronomía y Astrofísica del 2020 dejó en segundo plano este objetivo y definió la búsqueda de formas de vida primitivas como su máxima prioridad. Esta no es la mejor forma de reconocer a compañeros más inteligentes en nuestro entorno cósmico.Dado que los astrónomos no recomendaron destinar miles de millones de euros a la búsqueda de inteligencia superior a la humana, solo nos queda especular sobre si “los más inteligentes sobrevivieron” allí. La brillante responsable del Proyecto Galileo en busca de artefactos tecnológicos extraterrestres cerca de la Tierra, ZhenyaShmeleva, que también se especializó en biología, me llamó la atención sobre la novela titulada El Invencible, del escritor polaco StanisławLem, en la que formas de vida mecánicas alienígenas evolucionan por la presión ambiental constante y la aniquilación selectiva en el exoplaneta Regis III. Restos de antiguas máquinas militares, probablemente de una civilización desaparecida, experimentan una evolución en la que la supervivencia, más que la inteligencia, impulsa la complejidad. El sistema más avanzado de máquinas inteligentes fracasa por su propia carga cognitiva y su alta demanda de energía, mientras que unidades más simples de robots microscópicos parecidos a insectos se multiplican como enjambres adaptativos y descentralizados. Ante una amenaza, los diminutos robots se agrupan en enormes “nubes” que se desplazan a gran velocidad y pueden incapacitar cualquier amenaza inteligente siendo brutalmente eficaces, pero completamente carentes de inteligencia a nivel individual. En un mundo militar moderno dominado por aeronaves no tripuladas y en un mundo tecnológico donde la inteligencia artificial se rige por la optimización y el rendimiento, Lem nos advierte de que los instintos superficiales de supervivencia sin inteligencia ni empatía, y el poder sin intención, son resultados posibles de la selección natural entre civilizaciones alienígenas.Como en cualquier cita a ciegas en nuestra vida personal, debemos escuchar antes que hablar en nuestro primer encuentro con seres de otros mundos. En lugar de dar prioridad a los microbios situados en la base de la cadena alimentaria terrestre, los astrónomos deberían considerar en la Encuesta Decenal de Astronomía y Astrofísica del 2030 la posibilidad de que nuestro interlocutor, sentado al otro lado de la mesa interestelar, sea más inteligente que nosotros. Nuestra supervivencia a largo plazo podría depender de esa humildad” puntualizó.
jueves, 3 de julio de 2025
IPIUTAK: La “Ciudad Perdida” del Círculo Polar Ártico
Como sabéis, los polos de la Tierra han sido señalados como el antiguo escenario de un paraíso tropical y asentamientos de avanzadas civilizaciones. Son muchos los indicios que apuntan a esto, e incluso evidencias científicas (fósiles) muestran que la gruesa capa de hielo no estaba allí en un remoto pasado, sino que posiblemente un manto verde lleno de vida cubría esos lugares distantes. Existe una fascinante historia que relata cómo una “Ciudad Perdida” existió en el Círculo Polar Ártico, habitada por una cultura desarrollada. En efecto, una de esas “ciudades” más misteriosas del continente americano no se encuentra en su hemisferio sur, sino en el norte. Y lo que es más desconcertante, está ubicada en la región que hoy es considerada como más hostil para la vida humana en este planeta, específicamente dentro del Círculo Polar Ártico, llamada Ipiutak. Localizada cerca de Point Hope, en la costa norte de Alaska, se encuentra en una vasta tundra sin árboles que está permanentemente congelada. Un explorador polar la describió como “una tierra de icebergs, agua y cielo azul frío”. El invierno dura prácticamente todo el año. A partir de los artefactos que se estaban examinando y de la evaluación de los logros del pueblo Ipiutak surgió otra pregunta: si eran diferentes de otras tribus del Ártico, era poco probable que fueran descendientes de los habitantes locales. Entonces, ¿de dónde venían y por qué abandonaron su ciudad? Ipiutak es una antigua metrópolis del norte de Alaska que es el sitio tipo de una cultura también llamada de la misma manera, dominante desde el 500 a. C. hasta el 1000 d. C. Fue descubierta (o redescubierta) en 1939 por una expedición patrocinada por el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York y dirigida por Helge Eyvin Larsen y Froelich Gladstone Rainey. Ambos habían publicado anteriormente trabajos sobre la cultura de la caza de ballenas en el Ártico y eran reconocidos expertos en la arqueología del norte de Alaska. Encontraron una ciudad que había sido el hogar de varios miles de esquimales inupiat hace al menos 3.000 años. No había árboles en un radio de 160 kilómetros y tampoco materiales de construcción, salvo los huesos de morsas y ballenas. La única forma de establecer una comunidad permanente era cavar, y así lo hicieron - al menos dos metros - para que la tierra pudiera aislar del frío cortante. No fue una tarea fácil, ya que luego de cavar sólo unos pocos centímetros se encuentra el permafrost, un suelo congelado durante todo el año. Mientras se llevaba a cabo este tedioso y largo proceso de construcción, era imprescindible construir refugios temporales, que se construían atando costillas de ballena y cubriéndolas con pieles de animales para formar un techo de tienda. Un equipo de arqueólogos de la Universidad de Alaska contó más de 800 de los “refugios de foso” permanentes en Ipiutak y estimó que se habría construido al menos el mismo número de “refugios de tienda”. Estas cabañas estaban perfectamente alineadas con avenidas entre las hileras. Esto significa que, en el momento de su descubrimiento, Ipiutak era más grande que Fairbanks y, con mucho, el mayor asentamiento que se ha encontrado en Alaska antes de la llegada de los europeos. Es más, era incluso mayor que cualquier pueblo costero del Ártico en Alaska o Canadá en la actualidad. El pueblo de Ipiutak debió de albergar a más de 8.000 personas. Las focas y las morsas eran su principal fuente de alimento y se cazaban con arpones desde el borde del hielo. Para la caza del caribú se utilizaban arcos y flechas. Ipiutak era una comunidad lo suficientemente sofisticada como para ser estática, lo que supone una cultura de cazadores terrestres de amplia base. Estas características la hacen completamente diferente de otras comunidades árticas. El nivel de avance de Ipiutak se puso de manifiesto rápidamente, ya que las excavaciones se expandieron tan rápido como las condiciones del Ártico lo permitieron. Sus habitantes tenían conocimientos de matemáticas y astronomía al menos tan avanzados como los antiguos mayas. Se descubrieron hermosas tallas de marfil, diferentes a las de cualquier otra cultura esquimal o indígena americana conocida. Se encontraron tumbas con esqueletos con globos oculares artificiales tallados en marfil y con incrustaciones de azabache. Los broches, collares y colgantes tallados en hueso de ballena mostraban una habilidad artística similar, mientras que numerosas herramientas y utensilios muestran aplicaciones prácticas además de ser de diseño inteligente. Durante la mayor parte del siglo XX, los arqueólogos y antropólogos supusieron que los antepasados de los nativos americanos habían cruzado de Asia a América por un “puente terrestre”, siguiendo a las manadas de animales de caza. La proximidad de los dos continentes en el Estrecho de Bering - que separa Siberia y Alaska - era una hipótesis favorecida. Se vio reforzada por el creciente conocimiento de las Edades de Hielo, ya que la idea de un fondo oceánico expuesto entre esas dos regiones proporcionaba una ruta de migración perfecta desde el Viejo Mundo hasta el Nuevo. Vitus Bering, de origen danés pero capitán de la marina rusa, cruzó el estrecho en 1728 y se le dio su nombre. Hoy en día, tiene 93 kilómetros en el punto más cercano entre el punto más oriental del continente asiático y el punto más occidental del continente americano. Las tormentas de invierno son frecuentes y el mar está cubierto por campos de hielo de hasta metro y medio de grosor. Incluso a mediados de verano, el hielo a la deriva es habitual en el estrecho. Más adelante, durante el siglo XX, se propusieron otras rutas como medio por el que los emigrantes entraron en América desde Asia, pero una investigación muy reciente del Dr. Scott Elias, del Instituto de Investigación Ártica y Alpina de Colorado, ha establecido, en lo que respecta a la erudición ortodoxa, la validez de la ruta del puente terrestre de Bering. Esto nos lleva a preguntarnos con qué frecuencia se producen las Edades de Hielo y cuándo fue la más reciente. Se cree que ha habido cuatro Edades de Hielo en el último millón de años. La última alcanzó su punto álgido hace 10.000 años y terminó hace 8.000 años. El trabajo del Dr. Elias y su equipo incluyó la datación por carbono para establecer que las plantas y los animales estaban en el puente terrestre hace unos 11.000 años. Probablemente tenía un terreno similar al del norte de Alaska en la actualidad, abedules y sauces y grupos de juncos (parecidos a la hierba pero con tallos sólidos en lugar de huecos). No tenía glaciares porque, aunque era bastante frío, el clima regional era demasiado seco y los glaciares no pueden formarse sin humedad. Tal vez, las condiciones de vida en el lado asiático se deterioraron y emigrar representó un escape. Tal vez -en lo que respecta a los humanos- fue el deseo de encontrar pastos más verdes, y posiblemente los animales siguieron su ruta. Igualmente plausible es la posibilidad de que los animales, principalmente alces, bisontes y caribúes, tomaran la ruta después de que sus rebaños hubieran consumido la poca vegetación existente en el lado asiático. Los hombres podrían haberlos seguido mientras su suministro de carne se desplazaba hacia el este. En marzo del 2006, dos aventureros cruzaron el Estrecho de Bering de este a oeste a pie, atravesando un tramo helado de 60 km y el peligroso viaje les llevó 15 días. Eran un inglés, Karl Bushby, y un francés, Dimitri Kieffer, y al llegar fueron detenidos por no haber entrado en Rusia por un puesto de control fronterizo. Travesía en el remoto pasado Hace 11.000 años, los habitantes del norte de Siberia eran sin duda más resistentes que los humanos de hoy y, al estar acostumbrados a vivir en las condiciones del Ártico, podrían haber hecho la travesía más rápidamente. Los animales podrían haber tardado más, al carecer de la compulsión humana y no tener curiosidad por su destino. Pero entonces, por lo que sabemos, los humanos no sabían de la existencia de los continentes, aunque podrían haber tenido conciencia de que un estrecho que antes era de tierra ahora se encuentra cubierto de agua. Point Hope, la ubicación más cercana del pueblo de Ipiutak, está a unas 643 km al norte de la sección más estrecha del Estrecho de Bering, por lo que las travesías de los emigrantes podrían haber sido más largas en distancia que la realizada por los dos aventureros modernos. Otra consideración es que, al permanecer cerca de la orilla del puente terrestre, los emigrantes podrían haber tenido acceso a la pesca y la caza para mantener su viaje. Esto les habría permitido tardar más tiempo en la travesía. Algunas de las excavaciones de los arqueólogos rusos en el distrito del río Amur, en el norte de Siberia, han revelado los restos de varios asentamientos prehistóricos muy similares a Ipiutak. El clima de esa región es tan hostil como el del norte de Alaska y, sin embargo, se han encontrado pruebas de grandes poblaciones del Paleolítico, del Neolítico e incluso de la Edad de Bronce. Se ha identificado otra conexión con el continente asiático, ya que las tallas decorativas de los Ipiutak se asemejan a las del norte de China hace 3.000 años, mientras que otras tallas se parecen al de los pueblos ainu de Japón. La conclusión fue que los habitantes de Ipiutak tenían una cultura material mucho más elaborada e imaginativa que la encontrada en otros lugares del Ártico. Cuando no se conoce la historia anterior de una región, a menudo puede ser útil revisar la mitología de su pasado. Al respecto, el filósofo Will Durant dice en The Story of Civilization (La historia de la civilización): “Se han escrito inmensos volúmenes para exponer nuestros conocimientos y ocultar nuestra ignorancia del hombre primitivo. Las culturas primitivas no fueron necesariamente los ancestros de la nuestra; por lo que sabemos, pueden ser los restos degenerados de culturas superiores que decayeron cuando el liderazgo humano se trasladó, en la estela del hielo”. Este profundo pensamiento bien puede ser una explicación de las ciudades perdidas del Ártico. La mayoría de las autoridades no dudan de que Ipiutak no es más que la primera de las muchas ciudades “perdidas” que se han encontrado. Ya se ha identificado otra ciudad pérdida, Tigara, y si no fuera por la brevísima época del año en que es posible excavar en la tierra helada, ya se habrían añadido una serie de otros nombres, y con ellos, más detalles e información sobre sus habitantes. Queda mucho por saber sobre Ipiutak. Hay dos razones para ello: una es que se descubrió hace sólo cincuenta años, y la segunda es que las duras condiciones del Ártico hacen que el trabajo sea agónicamente lento. En consecuencia, los arqueólogos tienen muchas más preguntas que respuestas sobre esta enigmática ciudad helada. Los arqueólogos tienen pruebas sólidas para creer que saben de dónde vino el pueblo de Ipiutak, pero aún no saben la respuesta a la pregunta: ¿a dónde fueron? Si fueron al sur, habrían estado en un clima menos severo y seguramente ya se habrían encontrado restos que podrían relacionarse con la ciudad cercana a Point Hope. Es posible que se dirigieran al este y, en este caso, es posible que en el futuro se realicen descubrimientos en los Territorios del Noroeste de Canadá. Sea cual sea el lugar al que se dirigieron los Ipiutak, su cultura avanzada será identificable y eso puede incluso llevar a una respuesta a la siguiente pregunta inevitable, ¿por qué se fueron?
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