TIEMPOS DEL MUNDO

jueves, 14 de marzo de 2024

ALIENIGENAS ANCESTRALES: Máquinas de los dioses

Una pregunta que muchos se hicieron a lo largo del tiempo, es que si en antiguamente hubieron robots con inteligencia artificial ¿Son los mitos y leyendas sobre estas misteriosas máquinas androides solo producto de la imaginación humana? En esta oportunidad haremos un breve repaso de la ancestral mitología desde el punto de vista tecnológico y a la luz de la hipótesis de los antiguos astronautas. Los historiadores usualmente rastrean la idea de los autómatas a la Edad Media, cuando se inventaron los primeros dispositivos de movimiento automático, pero el concepto de criaturas reales y artificiales se remonta a los mitos y leyendas de miles de años atrás. 1-Antigua Grecia: Inteligencia artificial, robots y objetos que se mueven por sí mismos aparecen en la obra de los antiguos poetas griegos Hesíodo y Homero, que vivieron entre 750 y 650 años antes de Cristo. Por ejemplo, la historia de Talos, mencionada por primera vez alrededor del año 700 a.C. por Hesíodo, ofrece lo que podría describirse como la concepción de un robot. El mito describe a Talos como un hombre gigante de bronce construido por Hefesto, el dios griego de la invención y la herrería. Talos fue encargado por Zeus, el rey de los dioses griegos, para proteger a la isla de Creta de los invasores. Marchó alrededor de la isla tres veces al día y arrojó piedras a las naves enemigas que se acercaban. En su núcleo, el gigante tenía un tubo que corría desde su cabeza hasta uno de sus pies que llevaba una misteriosa fuente de vida de los dioses que los griegos llamaban icor. Otro texto antiguo, Argonautica, que data del siglo III a.C., describe cómo la hechicera Medea derrotó a Talos al quitarle un perno en el tobillo y dejar que el líquido de icor saliera; 2- El mito de Pandora: Descrito por primera vez en la Teogonía de Hesíodo, es otro ejemplo de un “ser artificial”. Aunque muchas versiones posteriores de la historia retratan a Pandora como una mujer inocente que, sin saberlo, abrió una caja del mal, el original de Hesíodo describe a Pandora como una mujer malvada artificial construida por Hefesto y enviada a la Tierra por orden de Zeus para castigar a los humanos por descubrir el fuego. Además de crear a Talos y Pandora, el Hefesto mítico hizo otros objetos que se movían por sí mismos, incluido un conjunto de sirvientes automáticos, que se parecían a las mujeres pero estaban hechos de oro. Según el relato de Homero del mito, Hefesto les dio a estas mujeres artificiales “el conocimiento de los dioses” (¡¿inteligencia artificial?!); 3- Antigua China: Se dice que Chi You tenía cuerpo humano, cuatro ojos y seis patas. Como si fuera una antena, una protuberancia salía de su cabeza. Según el libro Shuyiji (述異記), sus ochenta y ocho hermanos tenían la misma forma de animal, pero con cabeza de bronce y hierro. Todos se “alimentaban” con rocas y arena. Chi You fue ejecutado por el mítico emperador amarillo Huangdi, tras una épica batalla que involucra un dragón, poderes mágicos y “rayos de tormenta” como armas. Su cabeza fue enterrada por sus seguidores en una cueva, donde era adorado por los locales. Asimismo, su tumba irradiaba una nube colorada cada cierto tiempo. Al emperador Huangdi, por otra parte, las leyendas le otorgan propiedades tales como la de ser inmortal, el dios de la montaña Kunlun y del centro de la Tierra. Tenía un dragón alado llamado Huang Ti, cuyo cuerpo resplandecía como el metal. Pero a pesar de tener alas, este dragón solo podía volar con las condiciones climáticas adecuadas. La leyenda cuenta, por ejemplo, que un día el emperador se subió “a bordo” de la criatura, pero esta falló en despegar debido a un huracán, una circunstancia muy extraña teniendo en cuenta que los dragones eran considerados protectores de la lluvia y el viento. La “anomalía” que se describe en el párrafo anterior puede ser comprendida bajo la visión tecnológica, la cual miraría al “dragón” como algún tipo de prototipo de máquina voladora. De acuerdo a los relatos antiguos, este “dragón” podía llevar hasta setenta pasajeros en sus “bigotes”; 4- Sumeria: Esta es probablemente la mención más remota y distante de un robot. Y si nos remontamos al pasado más lejano surge inevitablemente la Epopeya de Gilgamesh. Gilgamesh era un rey semidivino de Uruk. Se lo consideraba “dos tercios divino y un tercio humano”, algo que no le aseguraba la inmortalidad, por lo que, ante la incertidumbre, decidió buscarla por sí mismo. Para su suerte, Enkidu, un antiguo rival devenido en amigo, sabía cómo llegar hasta la morada secreta de los dioses. Enkidu le dijo a Gilgamesh que había vagado un tiempo por la montaña de los cedros y conocía la entrada subterránea que conducía a la residencia del dios Shamash. Pero le advirtió del peligro que suponía acercarse hasta allí. Un siniestro monstruo custodiaba la entrada de los dioses. Su nombre era Huwawa, “el guardián de la entrada de Shamash”. Así describió Enkidu al monstruo: “Huwawa es una máquina extraordinariamente construida. Su rugido es como una inundación, su boca es fuego, su hálito es muerte... Puede oír a una vaca moviéndose a sesenta leguas y su red puede capturar desde gran distancia... La debilidad se apodera de los que se acercan a las puertas del bosque”. Enkidu describe lo que actualmente podríamos considerar como una especie de robot, con sistemas de radar y dotado de armas que arrojan fuego, gases radiactivos, y campos magnéticos paralizantes. Lejos de asustarse, Gilgamesh le pediría a su amigo que le acompañara para luchar juntos y plantarse ante la morada secreta de los dioses, y así reclamar la legítima inmortalidad que creía le pertenecía por tener sangre divina. Luego de recorrer una larga distancia hacia el oeste e internarse en el bosque, Enkidu logró hallar la puerta, pero cuando trató de abrirla una fuerza invisible le sacudió una violenta descarga que lo hizo volar por los aires, algo que lo paralizó físicamente por doce días. Cuando al fin se recuperó, intentó convencer a Gilgamesh de volver, pero fue en vano. El monarca estaba empecinado en hallar la inmortalidad, por lo que siguió adelante y encontró un túnel de entrada. Cuando empezaron a remover árboles y piedras para acceder dentro, apareció el monstruo Huwawa. “Su aparición fue poderosa. Sus dientes eran como los de un dragón, su cara como la de un león, pero lo más temible era su rayo radiante, emanando desde su frente, devoraba árboles y arbustos, de su fuerza asesina nadie podía escapar”. Huwawa trazó un camino de destrucción con su rayo asesino, por lo que podría tratarse de una suerte de rayo láser de largo alcance. Sin embargo, y ya temiendo el peor de los finales, los héroes recibieron ayuda desde las alturas. El dios Shamash, a bordo de su nave voladora, “levantó un viento” que alcanzó los ojos del monstruo y lo paralizó. Momento que Gilgamesh aprovechó para hacer caer a Huwawa contra el suelo. “Por dos leguas resonaron los cedros, tan pesada fue la caída del monstruo”. Finalmente, Enkidu le dio el golpe de gracia a Huwawa. Y así como estos primeros robots, hay muchos más, según los teóricos de los antiguos astronautas. Sobre su origen y de donde vinieron, es un misterio aun sin dilucidar.

jueves, 7 de marzo de 2024

PARA ELLOS NADA ES IMPOSIBLE: ¿Civilizaciones tecnológicamente avanzadas tienen la capacidad de mover las estrellas?

En esta ocasión, el renombrado astrofísico Avi Loeb - jefe del Proyecto Galileo, director fundador de la Iniciativa Black Hole de la Universidad de Harvard, director del Instituto para la Teoría y la Computación del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian y autor del bestseller “Extraterrestrial: The First Sign of Intelligent Life Beyond Earth” - nos trae una audaz propuesta que a primera vista pudiera parecer imposible de realizarlo, pero que no lo es para civilizaciones infinitamente superiores a la nuestra que existen en el universo, el cual os presentamos traducido y entrecomillado como ya es habitual ¿vale?: “Sergey Brin, el brillante multimillonario tecnológico que cofundó Google, está construyendo una aeronave con un coste de 250 millones de dólares que le permitirá llevar su casa a donde quiera que vaya. ¿Podría extenderse este concepto al sistema solar en su conjunto? ¿Podríamos querer llevarnos al Sol a dar un paseo por la Vía Láctea? Si bien Eclesiastés 1:9 argumentó: “no hay nada nuevo bajo el sol”. Esta sombría perspectiva no tiene por qué ser cierta para siempre. Con unos cuantos siglos más de ciencia y tecnología, nuestra civilización podría desarrollar un motor estelar que impulse al Sol y nos permita viajar con él a través de la Vía Láctea y más allá. Fritz Zwicky, el astrónomo que descubrió la materia oscura en 1933, escribió en su libro de 1957 Astronomía morfológica: ‘Considerando el propio Sol, son imaginables muchos cambios. Quizás lo más fascinante sea la posibilidad de acelerarlo a velocidades más altas, por ejemplo 1.000 kilómetros por segundo, dirigido hacia Alfa-Centauro, a cuya vecindad podrían llegar nuestros descendientes dentro de mil años. Todos estos proyectos podrían realizarse mediante la acción de chorros de fusión nuclear, utilizando la materia que constituye el Sol y los planetas como propulsores nucleares’. La idea cualitativa de los motores estelares es anterior a Zwicki, en 1937, cuando Olaf Stapledon publicó el libro de ciencia ficción Star Maker con el siguiente pensamiento: ‘La ocasión del primer accidente fue un intento de separar una estrella de su curso natural y dirigirla hacia una órbita intergaláctica. Por lo tanto, se hicieron planes para proyectar varias estrellas con sus correspondientes sistemas de mundos a través del vasto océano del espacio que separaba los dos islotes flotantes de la civilización’. En la literatura científica se han discutido varios diseños de motores estelares. Por ejemplo, Leonid Shkadov propuso en 1987 un sistema de propulsión estelar consistente en un espejo gigante en forma de arco esférico que podría estar fabricado a partir de una colección de estatitas reflectantes. Otra posibilidad sugerida por Matthew Kaplan en el 2019 es emplear la propulsión de cohetes creando un haz de viento solar en una dirección preferida. Otra opción es construir un objeto con masa negativa que produzca gravedad repulsiva. La expansión acelerada del Universo implica una gravedad repulsiva por parte de la energía oscura. Si los ingenieros de gravedad cuántica encontraran una manera de embotellar la energía oscura y convertirla en un objeto, este objeto de ‘masa negativa’ repelería gravitacionalmente todo lo que lo rodea, como lo concibió Herman Bondi en un artículo de 1950. Colocar un objeto de este tipo a una distancia fija del Sol equilibrando la gravedad atractiva del Sol con la presión de la radiación solar sobre una vela ligera, podría impulsar al Sol a través del espacio interestelar. Obviamente, los motores estelares enfrentan importantes desafíos de ingeniería que plantean la pregunta de por qué alguien se involucraría en la difícil tarea de construirlos. Una posibilidad sería escapar de eventos catastróficos locales, como una supernova inminente, un estallido de rayos gamma o un poderoso cuásar en la vecindad cósmica de un núcleo galáctico. Otra posible motivación se hace eco de la aeronave de Brin y surge del beneficio del turismo espacial en la comodidad de nuestro hogar. Las preocupaciones sobre el desafío de la ingeniería se disipan una vez que nos damos cuenta de que la naturaleza misma podría impulsar estrellas a la velocidad de la luz a través de pares de agujeros negros como tirachinas. Junto con mi antiguo posdoctorado, James Guillochon, escribí dos artículos en el 2015 y el 2016, que mostraban que existe una población de estrellas relativistas que viajan por el espacio intergaláctico luego de ser expulsadas por la fusión de agujeros negros en galaxias. Los billetes para estos viajes deberían ser ofrecidos a precios elevados por las agencias de turismo intergalácticas de todo el cosmos. ¿Existe alguna evidencia de motores estelares en el cielo? El observatorio espacial Gaia de la Agencia Espacial Europea, lanzado en el 2013, mide las posiciones, distancias y movimientos de las estrellas con una precisión excepcional, construyendo un catálogo de hasta mil millones de estrellas. Hasta ahora, no se han reportado estrellas con aceleraciones, velocidades o propiedades de agrupamiento anómalas en las mediciones de movimiento propio o paralaje de Gaia. En un artículo que publiqué con mi antiguo posdoctorado, Manasvi Lingam, tradujimos los primeros resultados de Gaia a límites superiores de la fracción de estrellas con motores estelares. Una búsqueda reciente de estrellas rápidas a través del último catálogo de Gaia no reveló ninguna estrella que se moviera a más de un cuarto de por ciento de la velocidad de la luz. Esto establece límites estrictos para un agujero negro que acompaña a Sagitario A*, el agujero negro supermasivo en el centro de la Vía Láctea con una masa de 4 millones de soles. Estos límites de Gaia sugieren que el movimiento de estrellas no es una práctica común en nuestro vecindario cósmico. De hecho, el sentido común sugeriría construir naves espaciales para viajar entre estrellas sin llevar el equipaje de la estrella anfitriona. Las tortugas llevan su hogar. Pero la mayoría de los adolescentes están felices de dejar atrás su hogar y emprender un nuevo camino. Al fin y al cabo, el Sol morirá dentro de 7.700 millones de años y sería una tontería llevar consigo su cadáver, en forma de enana blanca, durante el viaje. En cambio, sería más prudente polinizar la zona habitable alrededor de estrellas enanas cercanas que quemarían su combustible nuclear durante billones de años. Hay muchas oportunidades para elegir, porque las estrellas con una décima parte de la masa solar son mucho más abundantes que las estrellas similares al Sol. Encontrar nuevos hogares en los inventarios inmobiliarios de las zonas habitables alrededor de estrellas enanas podría ser más tentador que llevar con nosotros nuestro envejecido Sol” puntualizo.

jueves, 29 de febrero de 2024

EL ‘ROSWELL’ RUSO DE 1986: La caída de una sonda alienígena que continúa siendo un misterio

El 29 de enero de ese año, un extraño objeto esférico sobrevoló el cielo de Dalnegorsk, un pequeño pueblo minero al sureste de Rusia. Tras realizar una serie de maniobras a poca velocidad cayó y se estrelló contra una montaña de la zona. Un equipo de eminentes científicos analizó los restos del accidente y su conclusión fue que no era posible producir estos materiales con la tecnología que había en la Tierra. Pero al poco tiempo del avistamiento, el gobierno cerró el lugar del accidente al público y el Ministerio de Defensa se puso al mando de la investigación científica que tenía que arrojar luz sobre los fragmentos recuperados. Varias décadas más tarde de ocurrido aquel suceso, seguimos sin poseer la tecnología para crear los compuestos encontrados en Dalnegorsk por el llamado ‘Roswell’ ruso continúa siendo un misterio del que no se sabe mucho más. Sucede que cerca de las ocho de la tarde, los vecinos de Dalnegorsk vieron un objeto que volaba sin apenas hacer ruido a unos 24 km/h y a unos 800 metros sobre el suelo. Era una esfera metálica que emitía un destello de luz de tonos anaranjados que iban cambiando de intensidad constantemente. Los testigos aseguran que cuando estaba subiendo se volvía más brillante y emitía rayos de luz y cuando iba cayendo se pone más oscura. Tras un instante la esfera desapareció tras el monte Izvestkovaya, también conocido como la colina 611, y se estrella. Los vecinos del pueblo suben al monte y encuentran el lugar del accidente. Tres días más tarde llego un grupo de investigadores del Comité de Fenómenos Anómalos de la Academia de Ciencias, liderados por el científico Valeri Dvuzhilni. La zona de impacto tiene el aspecto de haber ardido a consecuencia de la colisión, pero el equipo descubre unos pedazos de pedernal magnetizado junto a unos 300 gramos de diferentes materiales que están pegados a las rocas. Entre los restos se encuentran pequeñas esférulas sólidas junto a fragmentos aún más diminutos y desperdigados como si los hubieran pulverizado con un spray. Junto al lugar del accidente hallaron la base del tronco de un árbol cuya parte superior se había quemado y aún desprendía un fuerte olor a producto químico. Los restos fueron analizados por los científicos más prestigiosos de Rusia. Sus informes hablan de compuestos metálicos que contienen niveles extraordinarios de elementos más puros que los que se encuentran en la Tierra. También encontraron unas raras estructuras de cuarzo en forma de red con hilos desgarrados y muy finos (17 micras) formados por fibras aún más finas hechas con hilos de oro de siete micras. Estas fibras, aseguran los investigadores, son mucho más pequeñas que un pelo humano (56 micras) y no se podían haber producido con la tecnología de la época. El experto en carbono del Instituto de Química del Departamento de Extremo Oriente de la Academia Rusa de Ciencias, A. Kulikov, escribió que no era posible hacerse una idea de lo que es esa red. Se parece al carbono vítreo, pero se desconocen las condiciones que conducen a su formación. El investigador aseguró que un fuego común no podría producir semejante material. Dvuzhilni y su equipo acabaron elaborando un informe de unas 300 páginas, publicado en la revista NLO, en el que se detallaron todos sus descubrimientos. Su conclusión es que los fragmentos metálicos están hechos de un material artificial que no existe en nuestro planeta. Dvuzhilni asegura que algo así ha tenido que ser fabricado por una civilización inteligente fuera de la Tierra y que se trata de parte del sistema de guiado de una sonda extraterrestre. Tras este incidente se repitieron los avistamientos de objetos extraños en la zona. Según cuenta el propio Dvuzhilni en un documental, llegaron objetos voladores en forma de discos y globos que parecían estar buscando algo. Llevaban unas luces de búsqueda sorprendentes que, según explica el propio investigador, solo iluminaban lo que querían ver sin emitir haces de luz de ningún tipo. Otros testigos aseguran haber visto fenómenos semejantes en la colina 611. Funcionarios del Ministerio del Interior declararon ver un objeto incandescente que surcaba el aire con una esfera opaca en su interior y una bola roja en el centro. Los empleados de la cantera de Bor vieron un enorme objeto de forma alargada (entre 200 y 300 metros de longitud) que se asemejaba al metal en llamas y cuya parte frontal estaba iluminada. Y un profesor de guardería de la zona declaró haber visto una bola brillante y cegadora que emitió un rayo violeta-azulado que iluminó el suelo. A continuación, el objeto se acercó a la montaña y emitió una luz rojiza parecida a la de un proyector. Pero luego del primer incidente, las autoridades rusas cerraron a la zona y el Ministerio de Defensa tomó el control de la investigación. A pesar del interés que ha suscitado la colina 611 entre muchos ufólogos, lo que ocurrió ese 29 de enero y en las fechas subsiguientes sigue siendo un misterio. La única respuesta es la que nos da la Academia de Ciencias en sus conclusiones: la tecnología para producir estos materiales no está disponible actualmente en la Tierra. De hecho, los extraños materiales encontrados en la colina siguen sin poder fabricarse hoy en día a pesar de la evolución tecnológica que ha habido en las últimas décadas.

jueves, 22 de febrero de 2024

LA PIRÁMIDE NEGRA DE ALASKA: El enigma de su existencia

Desde que se tuvo conocimiento de su presencia en una remota zona de Alaska, una sucesión de encubrimientos por parte del gobierno estadounidense ha intentado ocultar la existencia de un hallazgo genuino que, según muchos, podría ser de origen extraterrestre o los restos de una civilización humana extinta hace mucho tiempo. Nos referimos a la llamada Pirámide Negra de Alaska, descubierta el 22 de mayo de 1992, mientras China realizaba una prueba nuclear subterránea en la provincia de Xingiang (Uiguristán), en el nor-oeste de la República Popular. Inicialmente se pensó que era un gran terremoto, pero los científicos usaron la explosión sismográfica para analizar la corteza terrestre y descubrieron una estructura piramidal mucho más grande que la Gran Pirámide de Egipto cerca del Monte McKinley en Alaska. A pesar de sus aparentes orígenes antiguos, la confirmación de la existencia de la Pirámide Negra no surgió hasta el 26 de julio de 2012, cuando la veterana periodista y especialista en OVNIS Linda Moulton Howe informó sobre su descubrimiento en el programa de radio Coast to Coast AM. Linda Moulton Howe entregó un estudio en el que afirmó que el área conocida como la “Triángulo de Alaska” es una zona de desaparición de barcos, aviones y personas y que se estima que 18 mil personas han desaparecido en esa zona desde 1988. Esa noche, Linda Moulton Howe transmitió una entrevista pregrabada con Doug Mutschler, ex oficial de contrainteligencia del Ejército de los EE. UU., quien explicó las circunstancias que rodearon el descubrimiento de la pirámide y reveló el vínculo entre el sitio y el ejército de los EE. UU. Mutschler fue trasladado de Alaska a Fort Meade, la sede de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional), donde pudo establecer que los datos confidenciales verificaban la historia de la pirámide. Mutschler afirma que: “Pensé que tal vez tenían algo sobre esta pirámide. Así que busqué lo que sería un bibliotecario y le pregunté si tenía algo sobre sitios arqueológicos, no dije pirámide. Pero dije sitios arqueológicos o instalaciones subterráneas en Alaska”. 'Bueno, si lo tenemos, puede estar en contenedores X, Y o Z', explicó. Así que fui allí y simplemente miré a mí alrededor; No descubrí nada sobre las pirámides, pero obtuve información sobre Alaska de dos bóvedas separadas. Apenas me había sentado cuando dos personas se acercaron y me dijeron: 'Oye, no necesitas saber estas cosas'. Mutschler afirma que una filial local de la NBC emitió un informe a unos 6 meses de la explosión que anunciaba el descubrimiento de la estructura, pero cuando trató de ponerse en contacto con la estación para obtener una copia del artículo, negaron que se hubiera publicado y dijeron no tener una copia para compartir. Sin embargo, las cosas tomaron un giro extraño la mañana luego de la conversación de Linda Moulton Howe con Mutschler. El hijo de un ex ingeniero de Western Electric la contactó para validar las declaraciones de Mutschler y agregar numerosas piezas de rompecabezas adicionales. La nueva fuente de Howe indicó que entre 1959 y 1961, su padre trabajó en un fuerte sistema eléctrico que emanaba de una enorme pirámide subterránea de origen desconocido en Alaska, y según los relatos del nuevo testigo: “Luego de la guerra, mi padre se especializó en ingeniería eléctrica y física, y tras graduarse de la universidad, el ejército lo eligió para unirse a un grupo de otros expertos para estudiar y operar en un edificio subterráneo en Alaska conocido como la 'Pirámide Negra'.” en sus palabras. Mencionó varias veces la seriedad con la que el gobierno consideró esta iniciativa y las precauciones que tomaron para mantenerla oculta. Supuse que era una base militar, pero me explicó que era un proyecto de investigación sobre distribución de energía. Pasó a convertirse en el principal proveedor de información de AT&T, que fue, obviamente, el predecesor de las tecnologías web y de telefonía celular actuales. En sus últimos años, a menudo se quejaba cuando recibía la factura de la luz, alegando que podría ser gratis si supiéramos la realidad. Ahora empiezo a sospechar que sabía mucho más de lo que creíamos. Estoy revisando sus artículos y estudios para ver si hay alguna referencia a su estadía en Alaska. Como dijo que todo era secreto, es posible que no haya información. Si la pirámide descubierta en 1992 es precisa, es posible que nuestro gobierno la haya sabido mucho antes y haya tomado medidas tremendas para ocultarla”. Según Linda Moulton Howe, la pirámide se encuentra a unos 80 kilómetros al suroeste del monte McKinley, y se ha dicho que el elemento es claramente muy antiguo, ya que fue creado y enterrado por una sociedad muy avanzada que hoy desconocemos. Desde entonces ha sido cuidadosamente custodiada por el Ejército de los EE. UU. que controla el acceso al sitio. Pero eso no es todo, ya que a ese intrigante enigma se sumó la historia de un explorador que partió hacia Alaska para buscar e investigar la misteriosa Pirámide, pero que, sin embargo desapareció. ¿Qué le ocurrió? ¿Cuál es su actual paradero? Sucede que el 27 de mayo del 2020, Nathan Campbell, de 41 años, contrató un avión chárter en Talkeetna, poblado de Alaska, para que lo llevara a un pequeño lago en el extremo noroeste del Parque Nacional de Denali. Además de equipo básico de acampada, Campbell llevaba una buena cantidad de comida guardada en cubos de plástico y un comunicador bidireccional por satélite para comunicarse con su mujer y sus hijos. Planeaba pasar los próximos cuatro meses solo en el centro del interior de Alaska. Campbell había elegido un lugar extraño para unas vacaciones de verano. El avión le había dejado a orillas del lago Carey, una mancha azul de un kilómetro de largo rodeada de cientos de kilómetros cuadrados de naturaleza deshabitada, con algunos de los terrenos más abruptos de Alaska. Para ir en cualquier dirección había que abrirse paso entre matorrales de alisos altos hasta la cabeza y estanques de castores hasta la cintura. Para llegar al pueblo más cercano, Lake Minchumina, de 13 habitantes, necesitaba una semana de infernales excursiones a pie. Si lo que Campbell buscaba era soledad, sin duda la encontró. Pero Campbell no estaba allí por diversión, tenía una misión. En el largo vuelo de Talkeetna a Carey Lake, mientras la inmensa alfombra verde del bosque boreal flotaba bajo ellos, el habitualmente tímido Campbell le contó a su piloto Jason Sturgis cómo pensaba pasar el verano. Campbell había venido a Carey Lake a buscar algo que, hasta ahora, sólo existía en los rincones más oscuros y menos actualizados de Internet: la Pirámide Negra, una enorme estructura subterránea de la que se rumoreaba que tenía cuatro veces el tamaño de la famosa Keops de Egipto, y miles, si no millones de años de antigüedad. Los teóricos de la conspiración afirman que la estructura es tan poderosa, y su importancia para la seguridad nacional tan trascendental, que todo rastro de la pirámide -y de la base militar que se cree que la protege- ha sido borrado de las imágenes de satélite. Aunque los pilotos, tramperos y nativos han recorrido la zona del lago Carey durante generaciones, una búsqueda rápida en los archivos del Fairbanks Daily News-Miner muestra pocas referencias a una pirámide alienígena gigante o a una base ultrasecreta en Alaska central. Pero hasta que apareció Nathan Campbell, nadie lo había buscado realmente (o al menos eso sabemos). Y sus razones para iniciar su búsqueda en las profundidades de Alaska, si se sigue la nebulosa lógica de la teoría de la conspiración, tienen mucho sentido. En primer lugar, la Pirámide Negra encaja perfectamente en el panteón de instalaciones militares de Alaska que inducen a la paranoia. La más infame de ellas es el High-frequency Active Auroral Research Program, o HAARP, situado a las afueras de Fairbanks. Según a quién se pregunte, HAARP es un transmisor de alta frecuencia utilizado para provocar terremotos a distancia con el fin de derrocar dictadores, controlar el clima mundial y socavar la industria de los combustibles fósiles, o ayudar a los científicos a estudiar la ionosfera. Elija usted. ¿Existen evidencias de la Pirámide Negra? En segundo lugar, la aparente ubicación de la Pirámide Negra ha sido reconocida desde hace tiempo como una zona de importancia geoestratégica. En la década de 1930, el general Billy Mitchell, el llamado “padre de la Fuerza Aérea de EE. UU.”, vio que el lago Minchumina – a unos 64 km. al norte de donde Campbell aterrizó en el lago Carey – era equidistante a los principales centros urbano-industriales del hemisferio norte. Eso significaba que, con el mismo depósito de combustible, un B-52 que despegara de las orillas del lago Minchumina podría atacar Tokio, Beijing, Moscú, París o incluso Nueva York. En la guerra moderna, el general Mitchell había demostrado que el medio de la nada podía convertirse en el centro de todo, con una enorme estructura subterránea en forma de pirámide en el corazón de Alaska que no aparece en ningún mapa ni en las imágenes de satélite. Imagine que se tratase de un arma lo suficientemente poderosa como para interrumpir las comunicaciones globales, perfectamente posicionada para golpear a cualquier gran potencia del hemisferio norte, por lo que la construcción de una infraestructura militar estándar sólo atraería una atención innecesaria sobre ella. Para mantener su perfecto secretismo, ¿no sería mejor esconderla en uno de los rincones más remotos e inhóspitos del país, para que sólo los verdaderos creyentes, expertos en supervivencia en la naturaleza y preparados para enfrentarse a hordas de mosquitos y tormentas de una semana, pudieran descubrir sus secretos? Con el informe que pudo reunir -bases secretas, encubrimientos gubernamentales, guerra global, alienígenas ancestrales, poder de las pirámides- pudo crear la historia de la Pirámide Negra, en torno a la cual Campbell, planeó sus vacaciones de verano. Nadie sabe con certeza si Campbell creía algo de esto. Puede que se pasara un mes hurgando en cada mata de abedul enano en busca de una puerta secreta al centro de mando. O, como un mal cazador de ciervos que intenta escapar de su regañona esposa, la búsqueda de Campbell podría haber sido una excusa para pasar un tiempo a solas en la naturaleza, para vagar por los bosques en una misión que realmente no necesitaba una resolución. En cualquier caso, en algún lugar por ahí, se metió en problemas. Viajar en cualquier dirección desde el lago Carey habría sido lento, difícil y peligroso. ¿Campbell sorprendió a un oso, se cayó en un estanque de castores o quedó atrapado en una extraña tormenta de nieve? Nadie lo sabe. Todo lo que se tiene son testimonios dispersos y fragmentos de pruebas. Antes de partir, Campbell dio instrucciones a su piloto, Jason Sturgis, para que le recogiera en Carey Lake a mediados de septiembre, justo antes de que empezara el invierno en Alaska. Luego, Sturgis subió a su avión y voló de vuelta a Talkeetna. Esa fue la última vez que alguien vio a Campbell con vida. A mediados de junio, Campbell dejó de recibir mensajes por satélite. Su mujer se puso en contacto con Sturgis, que le dijo que llamara a una empresa que volaba en helicóptero para comprobar el lugar de la última transmisión de Campbell. Se desconoce el resultado de sus llamadas o si intentó buscarlo. No fue hasta que Campbell no acudió a su cita de recogida el 15 de septiembre cuando el NPS envió un equipo de búsqueda a Carey Lake. Tras varios días buscando entre la maleza, los guardabosques encontraron parte del equipo de Campbell (cubos de comida rotos, ropa mohosa, una tienda maltrecha), pero ni rastro del nativo de Wasilla. Las únicas pistas eran los restos de su diario, enterrado en la tienda y masticado por los roedores. La última anotación, fechada a finales de junio, decía simplemente “fui a por agua”. Luego, simplemente desapareció. Rescatistas sobrevolaron la zona durante varios días, pero finalmente tuvieron que abandonar la búsqueda. Los vientos helados y las temperaturas bajo cero del invierno podían llegar en cualquier momento. Pronto, la nieve cubriría el paisaje y haría prácticamente imposible el desplazamiento a pie. Para sobrevivir, Campbell tendría que agazaparse y buscar un refugio. Pero unos cuantos cubos de comida y una tienda de campaña no bastarían; sin una despensa llena de carne de alce y un refugio bien acondicionado, el destino Campbell era prácticamente no favorable. El 1 de octubre del 2020 Campbell fue declarado oficialmente desaparecido. Han pasado más de tres años y cuatro meses y dondequiera que esté, esperemos que haya encontrado lo que buscaba. En algún lugar, en las profundidades de Alaska, la búsqueda de la Pirámide Negra continúa.

jueves, 15 de febrero de 2024

REVELANDO DOCUMENTOS CONFIDENCIALES: La historia oculta tras la detección del primer objeto interestelar por el Pentágono

Una nueva investigación ha revelado la historia oculta de la batalla entre el Pentágono y los científicos para obtener los datos de satélites militares ultrasecretos del Gobierno de los EE.UU. que detectaron el primer objeto interestelar conocido. Este objeto, que luego sería bautizado como IM1 (siglas en inglés de meteoro interestelar 1) por el astrofísico Avi Loeb y su equipo, fue un descubrimiento histórico en astrofísica y ha proporcionado la primera evidencia tangible de material de más allá de nuestro sistema solar. La identificación inicial de IM1 fue posible usando la red de satélites norteamericanos destinados principalmente a detectar fenómenos atmosféricos producto de las detonaciones nucleares (algo que en los años 50 se hacía utilizando bombarderos estratosféricos que recogían muestras de la atmósfera, como se puede ver en la película Oppenheimer de Christopher Nolan). Estos instrumentos son considerados como uno de los sistemas más sensibles de la Tierra, tanto a nivel científico como a nivel geoestratégico. Lógicamente, cualquier dato revelado por estas máquinas puede ser analizado por potencias enemigas de los EEUU para conocer su capacidad real de oler sus movimientos militares. El Pentágono cerró inicialmente la puerta a cualquier publicación de datos que pudiera revelar la posición y capacidad de su red espía. Como sabemos por los artículos del profesor Loeb, satélites de observación, sensores sónicos y sismógrafos de la zona cerca de la isla de Manus, en Papúa Nueva Guinea, registraron eventos atmosféricos inusuales a principios del 2014. Los datos sugerían que estos eventos no eran producto del estallido aéreo de un meteorito ordinario. Su trayectoria y velocidad eran marcadamente diferentes y apuntaban a un origen más allá de nuestro sistema solar. El análisis adicional de los datos apuntaba que, efectivamente, un objeto desconocido de otro sistema estelar podía haber interceptado la Tierra (o viceversa). La trayectoria y la velocidad del objeto eran notablemente diferentes de los típicos desechos espaciales o meteoritos que se originan dentro del sistema solar. Atravesó el espacio a una velocidad extraordinaria, desviándose significativamente del plano eclíptico, un rasgo inusual de los cuerpos celestes locales. Esta revelación despertó el interés de la comunidad científica, en particular los astrofísicos de Harvard Amir Siraj y su director de posdoctorado Avi Loeb. Sospechaban que este objeto era algo extraordinario, pero su investigación sobre los orígenes de IM1 se truncó cuando se dieron cuenta de que implicaba navegar por el laberinto de los datos militares clasificados. En efecto, la clasificación ultrasecreta de los datos inició una lucha a partir de una solicitud federal de información relacionada con el caso (en EEUU existe una ley draconiana llamada Freedom of Information Act que fuerza a las autoridades del gobierno federal y estados para que faciliten información confidencial siempre y cuando no ponga en peligro la seguridad nacional), fue una pesadilla para Loeb y su equipo durante su búsqueda para validar científicamente sus hipótesis al 100%. Los esfuerzos de Siraj y Loeb para conseguir la información y publicar sus hallazgos se toparon con la negativa del Pentágono. Al fin y al cabo, los sensores del Pentágono que detectaron IM1 formaban parte de una red más amplia diseñada para la seguridad nacional, no para el descubrimiento científico. Esta tensión entre la vigilancia militar y la investigación científica, según la correspondencia analizada por Vice, creó un laberinto para los científicos. Este pasó por incontables intercambios de correo electrónico, videoconferencias y discusiones entre varias partes interesadas con la ayuda de científicos del Laboratorio Nacional de Los Álamos (el mismo que desarrolló la bomba atómica). Estas comunicaciones, reveladas más tarde en las solicitudes de la Ley de Libertad de Información, mostraron el conflicto entre los esfuerzos de los científicos y funcionarios del gobierno que intentaban ayudar a Siraj y Loeb y los halcones del Pentágono que querían mantener los protocolos necesarios de información clasificada. Finalmente, llegaron a un acuerdo: el Comando Espacial finalmente reconoció la naturaleza interestelar de IM1 con un grado de certeza del 99,9999%, un anuncio formal del Pentágono que llegó en forma de carta a la NASA y confirmó los hallazgos del equipo de Harvard. Tras obtener la confirmación de que IM1 era un visitante interestelar, Siraj y Loeb publicaron su estudio y comenzó la preparación para una aventura, esta vez física: dirigida por Avi Loeb, un equipo de investigadores se embarcó en una ambiciosa expedición para recuperar posibles restos de este objeto interestelar. Su objetivo era recopilar y analizar la evidencia física de IM1, centrándose específicamente en las esférulas que se deberían haber originado en la entrada atmosférica. El IM1, decían en su investigación científica, era el objeto más duro jamás detectado entrando en la Tierra. La primera exploración en búsqueda de material interestelar iba a ser tan difícil como encontrar la proverbial aguja en el pajar pero se lanzaron a lo desconocido sabiendo que la ciencia y los números estaban ahí. La expedición, enmarcada en el Proyecto Galileo para la búsqueda de objetos interestelares que pudieran ser de origen inteligente, puso su punto de mira en el océano Pacífico, cerca de la isla de Manus. La ubicación se eligió en función de la trayectoria calculada de IM1 entre los datos del gobierno americano, los sismógrafos de esa zona y los sensores de audio. Así pudieron triangular una amplia zona de búsqueda. El equipo tendría que actuar rápida y sistemáticamente entre el 14 y el 28 de junio del 2023. Esos eran sus límites. En ese tiempo, los científicos capitaneados por Loeb llevaron a cabo una búsqueda exhaustiva en las profundidades del océano utilizando un catamarán de 40 metros, el M/V Silver Star, equipado con un trineo de 200 kilogramos armado con 300 imanes de neodimio en ambos lados y cámaras de vídeo. Si realmente estaban ahí, los potentes imanes capturarían cualquier partícula metálica fina que luego someterían a exhaustivos análisis en tres laboratorios independientes para ver si eran restos de IM1 o no. El equipo analizó 0,06 kilómetros cuadrados del área objetivo, realizando pasadas hasta que encontraron una línea de esférulas que parecía encajar perfectamente con la posible trayectoria de entrada de IM1. El equipo arrastró el trineo capturando numerosos objetos de diferentes orígenes en zonas de control - donde se sabía que IM1 no podría estar - y la zona que parecía ser región de entrada. Usando separaciones magnéticas y no magnéticas con tamices fueron discriminando los materiales encontrados, culminando en la selección manual de esférulas usando un microscopio binocular. Así, el equipo del profesor Loeb logró recolectar un total de 850 esférulas, con tamaños que iban de las 100 micras a los dos milímetros. Luego, estas muestras se dividieron y enviaron para su análisis utilizando instrumentos de última generación en el laboratorio de geoquímica de la Universidad de Harvard y en el laboratorio de Bruker Corporation en Berlín, Alemania, tras un análisis previo en la Universidad de California Berkeley. Durante su análisis, como describe Loeb, “las esférulas se clasificaron en tres tipos primarios en función de su composición: esférulas ricas en silicato (tipo S), ricas en hierro (tipo I) y vítreas (tipo G). Un subconjunto de estas esférulas, denominadas “diferenciadas”, mostraba similitudes con meteoritos no condríticos y se identificaron como un grupo distinto dentro de las esférulas de tipo S. Esta categorización se basó en proporciones más altas de Si/Mg (silicio y magnesio) y Al/Si (aluminio y silicio), así como en un mayor contenido de elementos litófilos refractarios en comparación con los esférulos condríticos.” La composición química de estas esférulas era diferente a cualquier material conocido de nuestro sistema solar, afirma Loeb y su equipo en un estudio recién publicado que está pendiente de revisión. El resultado, según el astrofísico, es definitivo: la composición de las esférulas revela que, efectivamente, el IM1 es definitivamente interestelar. Al final, el viaje de Siraj, Loeb y compañía, desde la detección de IM1 hasta la recuperación y el análisis de los restos, es una narrativa épica que muestra cómo debe ser el tesón y el rigor del método científico totalmente agnóstico. Una aventura científica como las de antes, con colaboración interdisciplinaria, la lucha con los intereses militares y las críticas de los estamentos y negacionistas sistemáticos desde sus poltronas. Como dice Loeb, aquí solo importa una cosa: la evidencia empírica en el discurso científico y la necesidad de integridad profesional frente al escepticismo por sistema y la opinión pública. Es reconfortante saber que, en estos tiempos de teorías de la conspiración, comentaristas indocumentados y redes sociales estériles, la búsqueda del conocimiento y la verdad científica más allá de nuestros miserables límites puede traer alguna noticia desde más allá de los confines de nuestro sistema solar. Esperemos que la nueva expedición de Loeb a mediados de año nos traiga más noticias y algún trozo más grande de este fascinante objeto.