Como sabéis, el Viernes Santo es una de las principales celebraciones del cristianismo, en la que se conmemora la muerte de Jesús de Nazaret por obra de los judíos, clavado en una cruz. Pero ¿qué cuentan en realidad los Evangelios? ¿Murió Cristo tal como nos han enseñado? La cruz es uno de los símbolos claves del cristianismo, no en vano, es uno de los aspectos de la vida de Jesús en el que coinciden los – a menudo contradictorios – evangelios canónicos. Aunque Mateo, Marco, Lucas y Juan narran su propia versión de los hechos, todos señalan que Jesús murió tal como nos explicaron en clase de religión (faltaría más). Pero apenas aportan detalles sobre la forma en que se ejecutó la pena: “Luego de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron”. (Mateo 27:35); “Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno”. (Marcos 15:25); “Cuando llegaron al lugar llamado 'de la Calavera', lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda”. (Lucas 23:33); “Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio”. (Juan 19:18). Como se puede observar, a diferencia de lo que solemos dar por hecho, ninguno de los textos menciona que Jesús fuera clavado en la cruz. ¿Por qué entonces hablamos siempre de los clavos de Cristo? Como de costumbre, es el Evangelio de Juan, el más tardío y que más diferencias esconde, el que genera esta confusión que llega hasta nuestros días. Aunque, al igual que el resto de evangelistas, Juan no explica en ningún momento que Jesucristo fuera clavado en la cruz, sí hace referencia a este hecho en la famosa escena de la incredulidad de Santo Tomás, cuando éste asegura: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado no lo creeré”. Ocho días más tarde aparece Jesucristo y le pide a Tomás que vea sus heridas y deje de ser incrédulo. (Juan 20:24-29). Es esta la única referencia de los evangelios canónicos al modo en que Cristo fue crucificado, y se realiza 'a posteriori' a través de un apóstol, Tomás, del que más allá del nombre no cuentan absolutamente nada el resto de evangelistas. Como explica en 'The Conversation' Meredith J. C. Warren, profesora de estudios religiosos y bíblicos de la Universidad de Sheffield, para encontrar más información sobre los clavos de Cristo hay que recurrir a evangelios apócrifos. Así, el evangelio de San Pedro, un texto hallado en Egipto en el siglo XIX y que, según la mayor parte de los investigadores, data de la primera mitad del siglo II (y es posterior, por tanto, a los evangelios canónicos), sí cuenta que los clavos fueron retirados de las manos de Cristo luego de su muerte. En este evangelio la propia cruz se convierte en un personaje de la narrativa e, incluso, responde con su propia voz a Dios, algo que, según Warren, constata la importancia que el símbolo, que en los albores del cristianismo no tuvo ninguna importancia, fue ganando a medida que se expandió la religión. Hasta aquí lo que cuentan los textos religiosos pero ¿qué evidencias históricas respaldan su relato? La crucifixión fue un método de ejecución ampliamente usado en el imperio Romano y en las culturas vecinas del Mediterráneo, que servía para humillar públicamente a los esclavos y los criminales de más baja escala social, así como para castigar a los enemigos del Estado. Esta última es la razón por la que, según los evangelios, los romanos condenaron a Jesús: como Rey de los Judíos, Cristo estaba desafiando la supremacía imperial romana (Mateo 27:37, Marco 15:26, Lucas 23:38, Juan 19:19-22). Gracias a los documentos históricos existentes sabemos que la crucifixión se podía llevar a cabo de muchas formas. La tradición cristiana asume que los criminales eran clavados en un madero con forma de cruz – el debate se centra, únicamente, en si los clavos se situaban en la palma de la mano o la muñeca – pero lo cierto es que en la mayoría de los casos los criminales eran colgados usando cuerdas, y no siempre el instrumento de tortura tenía la forma que imaginamos hoy en día. Es probable que las primeras cruces consistieran sólo en una estaca vertical, a la que se ataba al reo hasta que moría muerto de hambre o ahogado (lo más habitual). Después el método se sofisticó, añadiendo un travesaño de madera a la parte superior, formando un instrumento de tortura en forma de T. Otras formas comunes eran las cruces en forma de X o de Y. El historiador judío-romano Flavio Josefo, responsable de la alusión directa más antigua a Jesús de fuentes no cristianas (en torno a los años 92 y 94 de nuestra era), asegura que, durante la primera gran revuelta judía (70 d.C.) los romanos “fuera de si – de ira y odio – se divertían clavando a sus prisioneros en diferentes posturas”. Este hecho, aunque posterior a la muerte de Cristo, parece indicar que, en efecto, en esta época los romanos se molestaban en clavar a la cruz a algunos criminales de tipo político. La práctica del enclavamiento, sin embargo, goza de muy pocos vestigios arqueológicos (algo habitual en todo lo que respecta al Jesús histórico). Sólo existe una evidencia antropológica de este tipo de crucifixión, hallada en una tumba datada en el siglo I d.C. El cuerpo de Jehohanan, que así se llamaba el difunto, conservaba un clavo oxidado en el talón del pie derecho con el que, se cree, se debieron clavar a la cruz ambos pies. No existen evidencias, por el contrario, de que se le hubieran clavado los brazos o las manos. De otro lado, el llamado grafito de Alexámenos, un dibujo encontrado en un muro en el monte Palatino, en Roma, es considerado la primera representación pictórica conocida de la crucifixión de Jesús. No está clara la fecha en que se pintó, aunque podría datar del siglo I o II d.C. Lo que sí parece claro es que se trata de una representación irónica contra los cristianos, ya que el crucificado tiene cabeza de burro y se puede leer “Alexámenos adora a [su] dios” en referencia, probablemente, al hombre que aparece junto a la cruz y que debía profesar el cristianismo. En esta época los cristianos nunca representaban a Jesucristo en la cruz, una práctica que no se extendió hasta bien entrado el siglo IV, cuando empieza a aparecer la imagen icónica de Cristo que ha llegado hasta nuestros días. Las primeras representaciones de Jesús de raigambre cristiana, no obstante, datan de los siglos II y III. Se trata de un par de gemas en las que, claramente, se ve cómo las manos de Jesucristo cuelgan de la cruz, como si estuvieran atadas… no clavadas. ¿Quiere decir esto que los clavos de Jesucristo nunca existieron? No, pero tampoco tenemos información para pensar lo contrario. “Dado que la evidencia de la antigüedad no proporciona una respuesta clara sobre si Jesús fue clavado o atado a la cruz, es la tradición la que dicta esta representación común”, asegura Warren. En el año 337 el emperador Constantino prohibió la crucifixión como método de ejecución en el Imperio Romano, no por razones éticas, sino por respeto a Jesucristo. Para entonces el relato mítico ya se había formado y la leyenda y la historia no han dejado de confundirse desde entonces.