TIEMPOS DEL MUNDO
jueves, 26 de diciembre de 2024
UNA TEORÍA DESACREDITADA: ¿Por qué mucha gente sigue creyendo que la Tierra es plana?
Aunque la idea de que la Tierra es plana está descartada científicamente, parece que cada vez más gente sigue una de las teorías de la conspiración más famosas. ¿Por qué muchos siguen creyendo que la Tierra es plana y cómo hacerles cambiar de opinión? A inicios de diciembre ocurrió una curiosa situación con un terraplanista que viajó hasta la Antártida para poner a prueba su teoría, pero se dio cuenta de que estaba equivocado, informo al respecto Metro. Jeran Campanella, uno de los más fervientes creyentes de que la Tierra es plana, dirige el popular canal de YouTube 'Jeranism', que cuenta con más de 164.000 suscriptores. El hombre estaba seguro de que la Antártida no era más que un muro de hielo por el que el sol sale y se pone todos los días, así que viajó al continente helado para demostrarlo. Sin embargo, cuando llegó allí, Campanella se dio cuenta de que todos los demás tenían razón: el sol no se pone en la Antártida durante el verano austral. "A veces, uno se equivoca en la vida y yo pensaba que no existía la situación en la que el sol está visible las 24 horas del día. De hecho, estaba bastante seguro de ello. Y es una realidad: el sol sí da la vuelta por el sur. Entonces, ¿qué significa eso? Tendrán que averiguarlo ustedes mismos", afirmó. "Pero ahora deberían ser capaces de aceptar que el sol hace exactamente lo que estos tipos dijeron: da vueltas alrededor del continente sur", agregó. Campanella dio las gracias al organizador del viaje, que costó 35.000 dólares, aunque no llegó a admitir que la Tierra es esférica. Como sabéis, la idea de que la Tierra es plana, es una de las teorías de la conspiración más famosas. Al respecto, la organización internacional anglo-estadounidense Flat Earth Society, pionera en la defensa del terraplanismo, se creó en 1956 y desde entonces no ha dejado de promover una serie de postulados para refutar el hecho de que la Tierra es redonda, mientras algunos de sus partidarios sostienen que la información que brindan las agencias espaciales son fraudulentas. Sus seguidores creen que la Tierra es un disco circular con el polo norte en el centro y un muro de hielo rodeando los bordes del disco para contener los océanos. Asimismo, aseguran que la idea de que nuestro planeta es redondo forma parte de una conspiración orquestada por los gobiernos y por la NASA, entre otras estructuras oficiales, que tratan de ocultar la verdad. En cualquier caso, la teoría de la Tierra plana se halla absolutamente rodeada de crítica y escepticismo por parte de la inmensa mayoría de la comunidad internacional y científica, que lo califica de absurda. Entonces ¿Por qué mucha gente sigue creyendo en ella? Según Jennifer Beckett, profesora de la Facultad de Cultura y Comunicación de la Universidad de Melbourne, esto se debe en parte a un cambio general hacia el populismo y la desconfianza en las opiniones de los expertos y los medios de comunicación. "En realidad, se trata del poder del conocimiento y de la creciente desconfianza en los que antes considerábamos los guardianes del conocimiento, como los académicos, las agencias científicas o el gobierno", afirmó. En ese tipo de entornos, "es muy fácil que se impongan opiniones que antes eran marginales. Tienes un montón de gente a tu alrededor que reafirma constantemente tus creencias", explicó. Asimismo, destacó que los llamados 'influencers' de las redes sociales pueden tener ahora más influencia que un experto en la materia. "A menudo, se debe a que suelen contar mejor las historias que sean más digeribles por el público", valoró. Además, la especialista remarcó que la comunidad terraplanista utiliza varias plataformas de redes sociales de formas distintas y superpuestas para crear una especie de ecosistema en torno a sus creencias. Lee McIntyre, investigador del Centro de Filosofía e Historia de la Ciencia de la Universidad de Boston y el autor del libro 'Cómo hablarle a un negacionista de la ciencia: Conversaciones con terraplanistas, negacionistas del cambio climático y otros interlocutores en contra de la razón', tiene su explicación de por qué la gente sigue negando la ciencia, recoge CBC. Según su libro, la negación de la ciencia tiene cinco características clave: 1.- La falacia de prueba incompleta; 2.- Creencia en teorías conspirativas; 3.- Confianza en falsos expertos (y denigración de los expertos reales); 4.- Comisión de errores lógicos; 5.- Establecimiento de expectativas imposibles sobre lo que la ciencia puede lograr. ¿Cómo hacer cambiar de opinión a un terraplanista y es necesario hacerlo? McIntyre está convencido de que no hay que rendirse en la lucha contra las opiniones anticientíficas. Cita un estudio publicado en el 2019 por los investigadores alemanes Philipp Schmidt y Cornelia Betsch, que proponen varias estrategias para dialogar con los negacionistas de la ciencia. La primera consiste en argumentar hechos científicamente probados de forma razonada y coherente. Esta estrategia a veces puede tener bastante éxito. La segunda estrategia, igualmente eficaz, se basa en el supuesto de que todos los que reniegan de la ciencia cometen las mismas cinco falacias lógicas mencionadas en el libro. Desenmascarar estas falacias educará a la audiencia sobre por qué los argumentos negacionistas son atractivos pero incorrectos. Por ejemplo, cuando alguien afirma que las vacunas deberían ser seguras al 100 %, se puede apelar a la falacia de las expectativas imposibles, porque ningún producto médico puede garantizar una seguridad del 100 %. "Y mi experiencia es que si escucha a alguien y deja claro que lo respeta como persona, incluso si no respeta su creencia, pero le pregunta por qué la cree, al final dirá algo que pueda utilizar", comentó McIntyre. "Dirán algo ilógico. Dirán algo que se basa en un falso experto. Y eso te puede dar una apertura para al menos plantar esa semilla de duda para decir: 'Bueno, espera un minuto. ¿Todas las fotos de la NASA son falsas?'", añade el autor. Según el experto, lo que más respeta de los científicos es que contrastan sus prejuicios con las pruebas. "Si le preguntas a un científico qué pruebas podrían hacerte cambiar de opinión sobre la hipótesis X, te lo puede decir", subrayó McIntyre. "Un negacionista no es alguien que rechaza el consenso científico. Es alguien que rechaza el consenso científico y no tiene buenas pruebas de sus creencias y no dice qué pruebas le convencerían para abandonar sus creencias", puntualizó.
jueves, 19 de diciembre de 2024
LA VERDADERA HISTORIA DE LA NAVIDAD: Los orígenes paganos de una festividad “cristiana”
Como sabéis, la Navidad - donde se conmemora el nacimiento de Jesucristo - se celebra el 25 de diciembre según el calendario gregoriano. Los Evangelios de Mateo y Lucas consideran que Jesús de Nazareth nació en un pesebre de Belén, aldea de Oriente Próximo, y que su llegada “fue anunciada por un ángel”. No obstante, estos no especifican el día exacto del nacimiento, una cuestión que se “resolvería” más tarde. Por aquella época, eran varias las festividades que tenían lugar a finales de diciembre en territorio romano, coexistiendo durante los inicios del Cristianismo: celebraciones de la antigua religión romana, del mazdeísmo persa y también nórdicas, mayoritariamente vinculadas al solsticio de invierno del hemisferio norte. El emperador Constantino, primero en legalizar el cristianismo en el Imperio Romano, con la intención de superponer las prácticas cristianas a otras más antiguas, estableció arbitrariamente el 25 de diciembre para la conmemoración del “nacimiento de Jesús”. El objetivo de esta superposición era convertir a los paganos romanos a la religión cristiana estableciendo una tradición fácilmente asimilable para ellos, ya que sería inevitablemente relacionada con algunas de sus fiestas principales celebradas en esas mismas fechas: las Saturnales y el Sol Invictus. De esta manera, la tradición cristiana de la Navidad (un término que proviene del latín Nativitas), tiene su origen en ciertas fiestas paganas, que influyeron en su creación y con las que guarda algunas similitudes. El mismo 25 de diciembre ya era una fecha de celebración para los romanos. En esta ocasión festejaban el Sol Invictus, un culto a la divinidad solar asociado al nacimiento de Apolo, dios del Sol. Este culto se desarrolló en el período mitológico romano y duró hasta la conversión del cristianismo en la religión oficial del imperio. Sin embargo, esta no era la única deidad solar que los romanos habían adorado. El mismo emperador Constantino dio mucho valor a la figura del Sol Invictus, e incluyo usó su imagen en las monedas del Imperio y decretó que los domingos serían un día de descanso dedicado a honrarlo. Sin embargo, la llegada del Cristianismo catalogó el culto al dios del Sol como una celebración pagana y se “apropió” de ella. Cabe precisar además, que distintas festividades antiguas romanas se asociaban al solsticio de invierno, entre ellas las Brumales y también las Saturnales. Durante varios siglos, antes del nacimiento del Cristianismo, la sociedad romana era politeísta y creía en una serie de divinidades protectoras de las distintas áreas de su vida. Para la agricultura y la cosecha se adoraba al dios Saturno, y se celebraban unas fiestas paganas en su honor: las Saturnales. Originalmente transcurrían entre el 17 y el 23 de diciembre coincidiendo con el solsticio de invierno, el período más oscuro del año, cuando el Sol sale más tarde y se pone más pronto. Las labores agrícolas finalizaban en esta época y los campesinos y los esclavos podían permitirse aplazar el trabajo cotidiano. Durante estas fiestas, que se prolongaban durante siete días, los romanos visitaban a sus familiares y amigos, intercambiaban regalos y celebraban grandes banquetes públicos. Los esclavos gozaban de una gran permisividad; podían vestir las ropas de sus señores y ser atendidos por éstos sin recibir ningún castigo. El emperador Constantino, encargado de establecer de forma oficial la fecha para la conmemoración del nacimiento de Jesús en el Imperio Romano, actuó con el apoyo del pontífice del momento: el papa Julio I. Así, se fijó la solemnidad de Navidad el 25 de diciembre, una fecha arbitrariamente escogida por la Iglesia Católica a pesar de la creencia de que Jesucristo “nació durante la primavera”. Esta creencia nace de interpretaciones de los Evangelios, que describen que Jesús nació en un momento en que los pastores tenían rebaños al aire libre, algo imposible en invierno y en una región como Palestina. Originalmente, la celebración de la Navidad no era demasiado importante para los primeros cristianos, para los cuales tenía mucho más peso la Pascua: esta representaba la resurrección de Jesucristo y constituía el factor diferencial más importante del cristianismo, el cual por aquel entonces era más una separación de la ortodoxia judía que una religión en sí misma. Solo alrededor del año 200, cuando los cristianos eran ya una comunidad organizada - aunque todavía perseguida -, empezó a surgir la idea de celebrar también la natividad de Jesús. Lo curioso es que inicialmente se observaron las indicaciones de los Evangelios y se celebraba en primavera, concretamente en mayo. Entonces, ¿por qué se cambió? En el año 221, el historiador Sexto Julio Africano publicó su Crónica, una colección de cinco libros escritos en griego que por primera vez fijaba un “canon” sobre la historia del pueblo judío. En uno de estos libros estableció la fecha del nacimiento de Jesús como el 25 de diciembre. Se desconoce por qué razón se decidió por este día, aunque teniendo en cuenta que Sexto Julio era de cultura helénica, es posible que fuese por la coincidencia con un culto muy importante en Oriente: el del Sol Invictus, relacionado con Apolo. Pero a pesar de haberse establecido el 25 de diciembre como fecha de nacimiento de Jesús, esta siguió sin celebrarse de forma generalizada. En su lugar se celebraba la Epifanía, el día que Jesús se “manifestaba” al mundo, representado posteriormente como la adoración de los Magos. La situación cambió a principios del siglo IV, cuando el emperador Constantino permitió oficialmente el culto cristiano y, por lo tanto, el proselitismo. A pesar de que el cristianismo ganaba adeptos rápidamente, los romanos estaban muy apegados a sus tradiciones; y en diciembre tenían lugar dos celebraciones paganas muy arraigadas entre la población y de gran importancia como eran las Saturnales y especialmente la del Sol Invictus, que festejaba el solsticio de invierno (aunque el cálculo tenía un error de algunos días), a partir del cual el día iba ganando más horas de sol. En el año 337, tras ser elegido como 35º Papa de la Iglesia, Julio I estableció que una de sus prioridades era establecer una ortodoxia para las celebraciones cristianas, así como combatir el paganismo y las doctrinas no católicas; en especial el arrianismo, una corriente cristiana que constituía una de las principales competidoras del catolicismo. Julio I era de estirpe romana y seguramente era consciente de lo difícil que resultaría forzar a los romanos a abandonar sus festividades ancestrales. Así, optó por otra estrategia: superponer fechas señaladas del cristianismo a las celebraciones más importantes del calendario. Decidió separar las celebraciones de la Navidad y de la Epifanía y establecer la fecha de la primera en el 25 de diciembre, el día del Sol Invictus. Además de fagocitar una festividad tan importante, era también una metáfora: Jesús era el nuevo Sol llegado para iluminar el mundo. La fecha del nacimiento de Jesús, ya propuesta en la Crónica de Sexto Julio Africano, había sido ratificada en el año 325 por el Primer Concilio de Nicea, por lo que Julio I simplemente le daba el visto bueno como Papa. Sin embargo, fue durante el pontificado de su sucesor Liberio – concretamente en el año 354 – cuando se fijó oficialmente como una festividad oficial de la Iglesia separada de la Epifanía. No obstante, este reconocimiento no fue unánime. A día de hoy hay algunas Iglesias ortodoxas que mantienen el 6, o en algunos casos el 7 de enero, como fecha de la Navidad; mientras que otras han adoptado la fecha católica. Estas excepciones son principalmente países del este de Europa, donde están omnipresentes los ortodoxos y algunos de África, como los coptos y etíopes. De esta manera con el paso de los siglos, paradójicamente se sigue conmemorando una celebración pagana de oscuros orígenes, que de “cristiana” no tiene nada
jueves, 12 de diciembre de 2024
ALIENIGENAS ANCESTRALES: La Cruz de Constantino
El 28 de octubre del año 312 se enfrentaron en las cercanías de Roma los ejércitos de los autoproclamados emperadores romanos Constantino y Majencio, saliendo victorioso el primero. Esta contienda -conocida como la batalla del Puente Milvio, por tener lugar junto al citado puente, uno de los que cruzan el río Tíber al norte de la capital del Imperio - contribuyó de forma decisiva a la expansión del cristianismo, ya que hasta ese momento estaba perseguido en el Imperio Romano. En agradecimiento por la misteriosa señal de la Cruz aparecida en el cielo, Constantino I el Grande (272-337) legalizó la religión cristiana gracias al Edicto de Milán, que firmó en el año 313. Según cuentan las crónicas, mientras Constantino marchaba con sus soldados hacia el campo de batalla, vio una cruz en el cielo, junto al sol, que interpretó como “una señal divina”. Tras aquella visión, el emperador tuvo un sueño en el que volvió a ver la cruz flotando en el aire, pero con una inscripción en griego donde ponía: Εν τούτω νίκα, que en latín se expresa como: In hoc signo vinces (IHSV) y que significa: “con este signo vencerás”. Mandó entonces pintar en los escudos de su ejército el famoso crismón o lábaro, que es una cruz compuesta por las letras griegas χ y ρ, que son las iniciales de Cristo en griego. Desde entonces, la cruz cristiana sustituyó a las águilas imperiales de las insignias de los soldados, pasó a formar parte del estandarte de los emperadores romanos y también apareció en las monedas de la época. Al margen del carácter legendario de la historia, el hipotético sueño de Constantino quizás podría estar basado en la observación de un fenómeno óptico real ocurrido en la atmósfera. A comienzos del siglo IV d.C., el llamado “Óptimo Climático Romano” - un período de clima benigno que favoreció la expansión del Imperio Romano - empezó a declinar, dando paso a un período más frío en Europa. En ese contexto climático, encaja un tiempo más invernal que otoñal, con bajas temperaturas, a finales de aquel mes de octubre en que tuvo lugar la batalla de Puente Milvio. Cuando el aire está frío, la presencia de cristales de hielo en su seno favorece la aparición de fenómenos ópticos atmosféricos. La visión de una cruz de luz en torno al sol puede conseguirse si tenemos, de forma simultánea, un pilar solar (línea vertical) y un círculo parhélico (línea horizontal). Ambos fenómenos están bien documentados y estudiados; se explican por la manera en que la luz se refleja y refracta al incidir sobre determinados cristales de hielo presentes en la atmósfera, orientados de determinada manera con respecto a la fuente luminosa (el sol, en el caso que nos ocupa). Puede que Constantino observara únicamente un pilar solar, pero que diera la casualidad que a la altura del sol y atravesándolo se situara una nube alargada que, al cortar transversalmente el pilar, diera como resultado la formación de una cruz en el cielo. Otra posibilidad es que lo que viera fuera sólo un círculo parhélico (paralelo al horizonte y a la altura del sol, cruzándolo) y que desde el disco solar se proyectaran también, hacia arriba y hacia abajo, sendos destellos, configurando la cruz. También podría haber sido una visión estelar de un evento que se produce cada mil años aproximadamente: un alineamiento de los planetas Júpiter, Saturno, Marte y Venus justo por debajo de dos constelaciones: la del águila y la del cisne. Este evento cósmico se observaría al oeste, sobre el horizonte de la campiña romana, pero en un momento el evento cósmico se “apoyaría” sobre la línea del horizonte formando una casi perfecta cruz, como si se viera clavada sobre la tierra. Según los teóricos de los antiguos astronautas, se habría tratado de una señal de los seres estelares que enviaron a Jesús a la Tierra, y luego de que se elevó al cielo, se propusieron difundir “sus enseñanzas” por todo el mundo y la mejor manera de hacerlo, era a través de un imperio que lo impusiera en sus vastos dominios. Aunque nunca llegaremos a saber con certeza si el emperador Constantino vio aquella cruz en el cielo, al menos sabemos que la hipotética visión fue posible.
jueves, 5 de diciembre de 2024
PROJECT SWIM : Desarrollando robots submarinos para buscar vida en océanos extraterrestres
Expertos de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio de Estados Unidos (NASA, por sus siglas en inglés) han comenzado a probar un enjambre de robots submarinos diseñados para explorar el océano debajo de la corteza helada de la luna Europa de Júpiter. La intención es descubrir posibles señales de vida extraterrestres. El proyecto se conoce como SWIM (Sensing With Independent Micro-swimmers). Contempla el diseño de una red de vehículos de exploración autopropulsados del tamaño de un smartphone. Los instrumentos buscarán biotipos en las masas subterráneas de los mundos oceánicos mediante indicadores químicos y térmicos. Se tiene previsto que todo esto ocurra en 49 sobrevuelos planeados más allá del 2030. Ethan Schaler, investigador principal de SWIM en el centro de investigación Jet Propulsion Laboratory (JPL), señala que “la gente podría preguntarse por qué la NASA está desarrollando un robot submarino para la exploración espacial. Es porque hay lugares en el sistema solar a los que queremos ir para buscar vida. Los seres vivos necesitan agua. Estos robots serán de gran utilidad para examinar esos entornos de manera autónoma”. El arquetipo de los instrumentos de investigación está fabricado con plástico y ha sido impreso en 3D. Añade motores y componentes electrónicos “de bajo coste y fabricados comercialmente”, según la agencia. Es impulsado por dos hélices y cuatro aletas que le permiten tomar dirección. Tiene forma de cuña, mide 42 centímetros y pesa poco más de 2 kilogramos. Integra sensores de medición capaces de registrar la temperatura, la presión, la acidez o alcalinidad, la conductividad y la composición química del ambiente de manera simultánea. Todos estos componentes se concentran en “un chip de apenas unos milímetros cuadrados. Es el primero en combinar todos esos detectores en un pequeño paquete”, celebra la dependencia. El semiconductor se probó en un glaciar de Alaska en julio de 2023 a través de un proyecto dirigido por el JPL conocido como ORCAA (Ocean Worlds Reconnaissance and Characterization of Astrobiological Analogs). La NASA ha puesto a prueba una serie de estos prototipos en una piscina de competencia de 23 metros de profundidad. El desarrollo demostró sus capacidades autónomas para realizar maniobras controladas, mantenerse en un rumbo, corregirlo y seguir un patrón de exploración de ida y vuelta. Los ingenieros completaron más de 20 rondas de pruebas de varios prototipos con éxito. El equipo de desarrollo explico que “para los vuelos espaciales, los ejemplares tendrían dimensiones tres veces más pequeñas y diminutas en comparación con los vehículos científicos submarinos existentes operados por control remoto o autónomos. Contarían con piezas hechas a medida para ese fin. Emplearían un novedoso sistema de comunicación acústica submarina inalámbrica para transmitir datos y triangular sus posiciones”. La NASA también realizó una prueba en un entorno simulado que replicó la presión y gravedad de la luna de Júpiter, Europa. Se examinó el comportamiento de un enjambre de robots de 12 centímetros de largo para recopilar datos científicos en un entorno desconocido y hostil. El ensayo permitió a los científicos optimizar los algoritmos y sistemas de autonomía para la exploración y equilibrar las capacidades de las herramientas con el área de inspección y determinar el tamaño de la red para garantizar la máxima eficiencia. “Es fantástico construir un robot desde cero y verlo funcionar con éxito en un entorno relevante. Los autómatas submarinos son complejos en general. Este es solo el primero de una serie de diseños en los que tendríamos que trabajar para prepararnos para un viaje a un mundo oceánico. Esto demuestra que podemos construir dispositivos con las capacidades necesarias [para cumplir el propósito] y comenzar a comprender los desafíos que enfrentarían en una misión submarina en el espacio”, asegura Schaler. Los investigadores reconocen que el concepto requiere de años de perfeccionamiento para volar y estudiar mundos helados en el cosmos. Pese a ello, Schaler confía en que los rovers SWIM podrían desarrollarse en la Tierra para apoyar la investigación oceanográfica o hacer mediciones críticas debajo del hielo polar. Cabe precisar que el proyecto SWIM es parte de los avances que complementarán misiones como la de la Europa Clipper, que llegará a Europa en el 2030 para recopilar datos desde la órbita. Aunque el concepto SWIM aún requiere años de desarrollo, representa un paso crucial para explorar océanos extraterrestres, donde el agua líquida podría ser clave para hallar vida. De esta manera, la NASA sigue trabajando en tecnologías que permitirán llevar la búsqueda de vida más allá de los límites actuales, abriendo una ventana al estudio directo de mundos oceánicos en el Sistema Solar.
jueves, 28 de noviembre de 2024
SHEMSU HOR: Los arquitectos celestes de la Gran Esfinge
Mencionados en el Papiro de Turín y en otros textos a priori históricos, los Compañeros de Horus o Shemsu Hor constituyen uno de los enigmas más inquietantes de la prehistoria egipcia. Las alusiones a estos misteriosos personajes son vagas e imprecisas, pero su intervención en tiempos muy anteriores a la primera dinastía pudo concretarse en el diseño estelar de la Gran Esfinge y de otros importantes monumentos. Pero, ¿quiénes eran los Shemsu Hor? Para los egiptólogos, se trata de entidades legendarias y, por ende, sin base real. Otros investigadores, en cambio, creen que desarrollaron un papel muy relevante como intermediarios entre dioses y hombres. El afamado arqueólogo francés Gaston Maspero (1846-1916), uno de los personajes más influyentes en el campo de la egiptología, disciplina de la que fue pionero, se preguntaba en la Revue de l'Histoire des Religions por el que, sin duda, constituye el enigma central de esta civilización: ¿De dónde salieron los antiguos egipcios? ¿Cuál fue el verdadero origen de su religión y de sus textos? Maspero, que combinaba a la perfección el perfil de erudito con el de arqueólogo a pie de excavación, concluyó que el pueblo que elaboró aquel sofisticado corpus de creencias “ya estaba establecido en Egipto mucho antes de la Primera Dinastía y, si queremos entender su religión y sus textos, debemos ponernos en las mentes de quienes las instituyeron hace más de siete mil años”. Como advertimos por las palabras de este arqueólogo francés, la idea de que el Antiguo Egipto fue fundado por una civilización remotísima no es ni mucho menos nueva. Sin embargo, Maspero y sus ideas sobre la fundación de la civilización egipcia no son del agrado de la egiptología “oficial”. Padre de la denominación “Pueblos del Mar” y principal impulsor de los trabajos de Sir Flinders Petrie, Gaston Maspero había visitado Egipto en 1880, formando parte de la Misión Francesa y, como no podía ser de otro modo, quedó extasiado al ver de cerca las pirámides de Guiza, pero, sobre todo, al contemplar la Gran Esfinge, un monumento que le desconcertó. ¿Qué hace aquí, junto a las pirámides, este extraño coloso?, debió preguntarse Maspero, al observar la Esfinge en el contexto de la explanada de Guiza. En adelante, el arqueólogo francés se dedicaría en cuerpo y alma a estudiar los numerosos enigmas de la civilización egipcia, aunque siempre mantuvo cierta predilección por la enigmática estatua, sobre la que escribió lo siguiente: “la Gran Esfinge Harmakhis monta guardia en el extremo norte desde los tiempos de los Seguidores de Horus, una estirpe de seres semidivinos y predinásticos que, según las creencias de los antiguos egipcios, habían gobernado esta región miles de años antes que los faraones históricos” (The Dawn of Civilization: Egypt and Chaldea, 1894). Que Gastón Maspero aludiera sin prejuicios al papel desempeñado por los Seguidores de Horus o Shemsu Hor, puede resultar chocante desde la perspectiva de la arqueología actual, encorsetada por el academicismo y las posiciones frecuentemente dogmáticas. No obstante, Maspero no hizo sino reflejar cuáles eran las creencias de los antiguos egipcios en relación con sus ancestros, recordando la relevancia que éstos concedían a los Seguidores o Compañeros de Horus. Pero, ¿quiénes eran estos personajes? ¿Es cierto que «gobernaron» el Egipto predinástico? La referencia más conocida a los Shemsu Hor la hallamos en el Canon Real de Turín (Italia), un papiro fragmentado donde se dice que, en efecto, habrían gobernado Egipto durante seis mil años, en un periodo intermedio comprendido entre el reinado de los dioses y las primeras dinastías de faraones. No obstante, ¿qué grado de fiabilidad tiene este documento? Custodiado en el Museo Egipcio de la capital lombarda, el también conocido como Papiro Real de Turín contiene, básicamente, una relación de los gobernantes del Antiguo Egipto desde Menes (o Narmer) hasta la convulsa XVII dinastía. Aunque el principio y el final de la lista se perdieron, de manera que no conocemos ni la introducción a la misma ni los detalles de los gobernantes que siguieron a la citada XVII dinastía, la relación incluye - en la parte posterior del papiro - a los gobernantes de Egipto antes que Narmer, reyes que, insistimos, eran de naturaleza divina, semidivina o no enteramente humana. ¿Cómo debemos interpretar esto último? Al contrario de lo que sucede con otros papiros, cuyo contenido parece referirse a sucesos legendarios, mágicos o especulativos - o eso es lo que interpretaría un observador pragmático -, muy pocos dudan de la historicidad del Canon Real; esto es: refleja nombres y detalles fidedignos, datos que han podido contrastar los prestigiosos egiptólogos y papirólogos que han tenido acceso al mismo, desde Jean François Champollion hasta Richard Parkinson y Bridget Leach, pasando por Giulio Farina y Alan Gardiner, por citar sólo a unos pocos de entre quienes lo han investigado. Así, la opinión generalizada es que el escriba autor del texto, probablemente a las órdenes de Ramsés II, compiló varias listas depositadas en los principales templos de Egipto, limitándose a transcribirlas. La relación de los gobernantes mencionados en el documento es asombrosamente prolija en detalles, a tal punto que los periodos de los reinados están consignados por años, meses e incluso días, lo que da idea de la minuciosidad de sus autores. Se trata, así, de un informe burocrático cuyo contenido nada tiene que ver con formulaciones esotéricas o recetas mágicas. No obstante, la arqueología “oficial” parece menoscabar la relevancia histórica de este manuscrito, tendiendo a pasar por alto su contenido. La razón de tal olvido probablemente tiene que ver con la incómoda “cara b” del Papiro Real de Turín, ésa que otorga rango de gobernantes carnales a personajes poco o nada materiales, como los mitad humanos mitad divinos Shemsu Hor. Que la arqueología “oficial” haya soslayado el Papiro de Turín no debe sorprendernos. En general, los egiptólogos han despreciado sistemáticamente los textos que contravenían sus tesis. Cualquier evidencia que contradijera “su versión” de la historia de Egipto, ha acabado siendo desprestigiada. Y no sólo ha ocurrido con papiros o grabados. Cuando un investigador ha puesto en duda esa “versión oficial”, inmediatamente se le ha excluido del establishment académico, por mucho que sus propuestas tuvieran el aval de documentos fidedignos o estudios científicos rigurosos. De ese modo, ocurre que los nombres de Robert Schoch, John Anthony West, Robert Bauval, Graham Hancock y tantos otros, suelen ir acompañados de apostillas como “arqueología alternativa”, “pseudociencia”, etc. A la arqueología ortodoxa le irritan estos investigadores de mente abierta, que no comulgan con los dogmas que venden Mark Lehner y compañía. El caso de Lehner resulta especialmente sangrante, ya que él mismo, siendo un joven seguidor de Edgar Cayce, no parecía hacerle ascos a la idea de que la civilización egipcia estuviese conectada con la mismísima Atlántida... Dicho sea con el mayor de los respetos hacia el trabajo de este, sin duda, eminente egiptólogo. Si nos lo permiten, existe un gran problema con Lehner y demás arqueólogos que han investigado o investigan el Antiguo Egipto. Y no se trata de una cuestión menor, ya que tiene que ver con el concepto fundacional de la egiptología. A grandes rasgos, la egiptología es una disciplina moderna, que integra otras ciencias de la antigüedad como la arqueología, la papirología, la epigrafía, etc. Sin embargo, hasta hace muy poco, la generalidad de los egiptólogos rechazaban que el diseño y emplazamiento de las pirámides y templos a lo largo del Nilo tuvieran que ver con la posición de los cuerpos celestes en la época en que fueron erigidos. De hecho, todavía encontramos a egiptólogos que refutan esta visión arqueoastronómica de los monumentos egipcios. Que se lo pregunten a Robert Bauval... Pero este error de enfoque de la egiptología nace, en nuestra opinión, mucho antes. Veamos, ¿cómo puede una disciplina basada en el método científico dilucidar el misterio de una cultura tan profundamente esotérica como la del Antiguo Egipto? ¿Cómo puede un egiptólogo enfrentarse al enigma de que seres mitad humanos mitad divinos construyeron la Gran Esfinge? En cuanto a lo primero, está claro que el esoterismo escapa al análisis materialista científico. Y en lo que respecta a lo segundo, plantear que entidades no humanas gobernaron en la práctica a seres humanos sería un disparate desde la perspectiva científica. No obstante, sin las ataduras de los dogmas, hagamos un esfuerzo por ubicar en la historia de Egipto a los Compañeros de Horus. Ya hemos mencionado que el Papiro de Turín sitúa a los Shemsu Hor inmediatamente antes de la primera dinastía faraónica, la comenzada por Menes o Narmer. Ahora bien, la egiptología aceptó que la cronología establecida por el papiro es correcta, pero sólo de Narmer en adelante. Lo anterior, en cambio, no era “historia”, sino “mitología”. Así, el Canon Real es histórico sólo hasta donde les conviene a los egiptólogos. El resto, lo que no pueden confirmar - ni aceptar desde su lógica -, es legendario... Pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si todo lo que se cuenta en este papiro fuera cierto? En este caso, tendríamos que, hace alrededor de 12.000 años, Egipto fue gobernado por unas entidades híbridas dotadas de avanzados conocimientos, tantos como para haber diseñado la Gran Esfinge de Guiza y realizado quién sabe cuántas otras proezas arquitectónicas o tecnológicas. Paradójicamente, la irrupción de los Shemsu Hor se habría producido en los albores de la civilización en el Valle del Nilo, si hacemos caso de la historia aceptada sobre la evolución humana. Así, hace 12.000 años, justo cuando declinaba la última glaciación, la temperatura subió gradualmente en el norte de África - Delta del Nilo incluido -, región que comenzó a recibir importantes precipitaciones que, más tarde, dieron paso a la formación de pastizales con cereales silvestres que atrajeron a gran variedad de animales y éstos, a su vez, a grupos humanos de cazadores-recolectores. Claro está que este complicado proceso no se produjo de la noche a la mañana, sino que duró milenios, estableciéndose el Neolítico egipcio tan “tarde” como hace 6.000 años... Obviamente, esta última cronología de los hechos no “funciona” con la datación de la Gran Esfinge propuesta por Bauval - alrededor del 10500 a.C.-, ni mucho menos con la que sugieren los geólogos ucranianos Vjacheslav I. Manichev y Alexander G. Parkhomenko, según los cuales el monumento ya estaba en Guiza hace ¡800.000 años! Por otra parte, si aceptamos las divisiones de la historia de la humanidad para el Antiguo Egipto y situamos a los habitantes de esta región en la Edad de Piedra (IV milenio a.C.), ¿cómo es posible que estos hombres y mujeres recién salidos de las cavernas fueran capaces de construir algo ni remotamente parecido a la Gran Esfinge de Guiza? Algo nos dice que la cronología sobre la historia de la humanidad está equivocada. Eso o antes que la nuestra existió otra “humanidad”, una especie de «civilización madre» altamente evolucionada desde el punto de vista tecnológico y probablemente espiritual. En el primero de los casos, Heródoto (siglo V a.C.) - a menudo considerado «padre de la Historia - recogía por boca de los sacerdotes de Tebas una historia de Egipto bien distinta a la que conocemos hoy. Así, el cronista griego se refería a un episodio en el que los sacerdotes tebanos le mostraron 345 estatuas que parecían representar a imponentes dioses. Sin embargo, para sorpresa del historiador, los religiosos apuntaron que no se trataba de dioses, sino que cada coloso simbolizaba cada una de las generaciones de grandes sacerdotes que les precedieron, hasta completar 11.340 años de gobiernos de los hombres. Y subrayaban esto último, “gobiernos de los hombres”, para a continuación remarcarle que “antes de estos hombres, los dioses eran quienes reinaban en Egipto, morando y conversando entre los mortales, y teniendo siempre cada uno de ellos un imperio soberano” (Los Nueve Libros de la Historia, Libro II, Cap. CXLIV). Por lo anterior, se infiere que los sacerdotes de Tebas distinguían claramente dos rangos de reyes de Egipto: los humanos, que habían gobernado el país desde hacía 11.340 años y los dioses, que no sólo gobernaron físicamente Egipto durante un periodo igual o mayor, sino que lo hicieron mezclándose con aparente naturalidad entre los habitantes del País del Nilo. Por su parte, Manetón (siglo III a.C.), sacerdote e historiador egipcio que vivió durante los reinados de Ptolomeo I y Ptolomeo II, también se refería a estos dioses y semidioses gobernantes en su obra Aegyptíaka, una especie de cronología que confeccionó a partir de las Listas Reales que le facilitaron los sacerdotes de otros templos. En la misma, Manetón establecía cuatro dinastías anteriores a Menes (dos de dioses, una de semidioses y una cuarta de transición), adjudicando el origen de la civilización egipcia al gobierno de 7 grandes divinidades - Ptah, Ra, Shu, Geb, Osiris, Seth y Horus -, que permanecieron en el poder durante 12.300 años. A continuación, gobernó una segunda dinastía encabezada por el primer Toth e integrada por 12 “faraones” divinos (1.570 años de gobierno), tras los cuales ascendieron al poder 30 semidioses - generalmente identificados con los Shemsu Hor y simbolizados por halcones -, que gobernaron el país durante 6.000 años. Tras éstos, siempre según Manetón, se produjo un periodo de caos, hasta que, finalmente, Menes encauzó la situación y logró la unificación de Egipto. Obviamente, la egiptología ortodoxa incluye estas cronologías en la categoría de los mitos, no en la de los sucesos históricos comprobables. Al fin y al cabo, las fuentes que nos ofrecen información sobre los Shemsu Hor son ciertamente escasas. Claro que también podemos extraer información sobre los Compañeros de Horus - y sobre los dioses que gobernaron Egipto - de las obras que nos legaron estos misteriosos personajes, construcciones que, en todos los casos, se erigieron siguiendo un “plan estelar”, como ha quedado atestiguado por los estudios arqueoastronómicos de estos monumentos. De confirmarse la datación extrema de la Gran Esfinge o, cuanto menos, la propuesta por Bauval, los arquitectos de estas imponentes maravillas sin duda tendrían más de “celestes” que de humanos.
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