TIEMPOS DEL MUNDO
jueves, 1 de octubre de 2020
PETAR BLAGOJEVIĆ: El vampiro de Kilisova
Si se habla de vampiros es inexcusable viajar a la Europa del Este, tierras de misterio y de leyendas eternas. Una de esas historias singulares que nos habla de los no-muertos es la de Petar Blagojević, quizás el caso de vampirismo mejor documentado del siglo XVIII. Vivía cerca de Kisilova (posiblemente la ciudad moderna de Kisiljevo) en la parte de Serbia que temporalmente pasó del Imperio Otomano al Imperio Habsburgo luego del Tratado de Passarowitz (1718) y regresó a manos otomanas en 1739 tras la nueva firma del Tratado de Belgrado. Blagojević había muerto en 1725, y su fallecimiento fue seguido por una serie de repentinas muertes en el entorno del pueblo, todas ocurridas luego de enfermedades o empeoramientos de la salud súbitos de apenas horas. En apenas ocho días, nueve personas perecieron. En sus lechos de muerte, las víctimas afirmaron haber sido estranguladas por Blagojević por la noche. Además, su viuda declaró que este “la había visitado” por lo que por miedo a represalias decidió abandonar Kisilova. En otras leyendas, se dice que Blagojević regresó a su casa demandando a su hijo que le de sustento, y cuando se negó a hacerlo, Blagojević lo asesinó brutalmente, probablemente mordiendo el cuello y bebiendo su sangre. Debido a ello, los aldeanos decidieron desenterrar el cuerpo de Blagojević para examinarlo en busca de signos de vampirismo, como el crecimiento de cabello, barba y uñas, y la ausencia de descomposición. Para ello, los habitantes de Kisilova exigieron que un intendente imperial, apellidado Frombald, junto con el sacerdote local, estuviera presente en el procedimiento como representante de la administración. Frombald intentó convencerlos de que primero debía buscarse el permiso de las autoridades austriacas en Belgrado. Los lugareños se negaron porque temían que para cuando llegara el permiso, toda la comunidad podría ser exterminada por el vampiro, que afirmaban que ya había ocurrido "en tiempos turcos" (es decir, cuando el pueblo todavía estaba en la parte de Serbia controlada por los otomanos). Exigieron que el propio Frombald permitiera el procedimiento de inmediato o, de lo contrario, abandonarían la aldea para salvar sus vidas. Frombald se vio obligado a consentir. Junto con el sacerdote ortodoxo local, llamado Veliko Gradište, se exhumó el cadáver. El cuerpo se encontró incorrupto, el cabello y la barba crecían, había "piel y uñas nuevas" (mientras que las viejas se habían desprendido) y se podía ver sangre en la boca, una señal inequívoca - decían - de que era un vampiro. Al descubrirlo, las personas se indignaron más que se angustiaron y decidieron empalar su cuerpo para luego, quemarlo. Frombald concluyó su informe sobre el caso con la solicitud de que, en caso de que se descubriera que estas acciones eran incorrectas, no se le debía culpar por ellas, ya que los aldeanos estaban "al margen de ellos con miedo". Al parecer, las autoridades no consideraron necesario tomar ninguna medida con respecto al extraño incidente. El informe sobre este evento fue uno de los primeros testimonios documentados sobre las creencias de los vampiros en Europa del Este y fue publicado por el diario vienés Wiener Zeitung. Este caso se tradujo ampliamente junto con el de Arnold Paole, con quien compartía diversas similitudes, contribuyendo a la moda del vampiro en el siglo XVIII en Alemania, Francia y el Reino Unido. Se sabe que los extraños fenómenos o apariencias que presenciaron los funcionarios austriacos acompañan el proceso natural de descomposición del cuerpo. Cabe destacar que en la obra De masticatione mortuorum in tumulis (1725), Michaël Ranft intentó explicar las creencias populares de los vampiros. Escribió que, en el caso de la muerte de cada aldeano, alguna otra persona, probablemente relacionada con los primeros muertos, que vio o tocó el cadáver, eventualmente moría por alguna enfermedad relacionada con la exposición al cadáver o por un delirio frenético causado por el pánico de simplemente ver el cadáver. Estas personas moribundas dirían que el hombre muerto se les apareció y las torturó de muchas maneras. Entonces las otras personas en la aldea exhumaban el cadáver para ver qué había estado haciendo y si no mostraba signos de descomposición, demostraba que era un vampiro y debía ser destruido para evitar que siga atacando. La costumbre se extendió y se generalizo, acrecentando la existencia de los vampiros. No es de extrañar por ello que la leyenda de Drácula - inmortalizada en el cine – hizo que esta creencia persista hasta el día de hoy.