TIEMPOS DEL MUNDO
jueves, 15 de febrero de 2024
REVELANDO DOCUMENTOS CONFIDENCIALES: La historia oculta tras la detección del primer objeto interestelar por el Pentágono
Una nueva investigación ha revelado la historia oculta de la batalla entre el Pentágono y los científicos para obtener los datos de satélites militares ultrasecretos del Gobierno de los EE.UU. que detectaron el primer objeto interestelar conocido. Este objeto, que luego sería bautizado como IM1 (siglas en inglés de meteoro interestelar 1) por el astrofísico Avi Loeb y su equipo, fue un descubrimiento histórico en astrofísica y ha proporcionado la primera evidencia tangible de material de más allá de nuestro sistema solar. La identificación inicial de IM1 fue posible usando la red de satélites norteamericanos destinados principalmente a detectar fenómenos atmosféricos producto de las detonaciones nucleares (algo que en los años 50 se hacía utilizando bombarderos estratosféricos que recogían muestras de la atmósfera, como se puede ver en la película Oppenheimer de Christopher Nolan). Estos instrumentos son considerados como uno de los sistemas más sensibles de la Tierra, tanto a nivel científico como a nivel geoestratégico. Lógicamente, cualquier dato revelado por estas máquinas puede ser analizado por potencias enemigas de los EEUU para conocer su capacidad real de oler sus movimientos militares. El Pentágono cerró inicialmente la puerta a cualquier publicación de datos que pudiera revelar la posición y capacidad de su red espía. Como sabemos por los artículos del profesor Loeb, satélites de observación, sensores sónicos y sismógrafos de la zona cerca de la isla de Manus, en Papúa Nueva Guinea, registraron eventos atmosféricos inusuales a principios del 2014. Los datos sugerían que estos eventos no eran producto del estallido aéreo de un meteorito ordinario. Su trayectoria y velocidad eran marcadamente diferentes y apuntaban a un origen más allá de nuestro sistema solar. El análisis adicional de los datos apuntaba que, efectivamente, un objeto desconocido de otro sistema estelar podía haber interceptado la Tierra (o viceversa). La trayectoria y la velocidad del objeto eran notablemente diferentes de los típicos desechos espaciales o meteoritos que se originan dentro del sistema solar. Atravesó el espacio a una velocidad extraordinaria, desviándose significativamente del plano eclíptico, un rasgo inusual de los cuerpos celestes locales. Esta revelación despertó el interés de la comunidad científica, en particular los astrofísicos de Harvard Amir Siraj y su director de posdoctorado Avi Loeb. Sospechaban que este objeto era algo extraordinario, pero su investigación sobre los orígenes de IM1 se truncó cuando se dieron cuenta de que implicaba navegar por el laberinto de los datos militares clasificados. En efecto, la clasificación ultrasecreta de los datos inició una lucha a partir de una solicitud federal de información relacionada con el caso (en EEUU existe una ley draconiana llamada Freedom of Information Act que fuerza a las autoridades del gobierno federal y estados para que faciliten información confidencial siempre y cuando no ponga en peligro la seguridad nacional), fue una pesadilla para Loeb y su equipo durante su búsqueda para validar científicamente sus hipótesis al 100%. Los esfuerzos de Siraj y Loeb para conseguir la información y publicar sus hallazgos se toparon con la negativa del Pentágono. Al fin y al cabo, los sensores del Pentágono que detectaron IM1 formaban parte de una red más amplia diseñada para la seguridad nacional, no para el descubrimiento científico. Esta tensión entre la vigilancia militar y la investigación científica, según la correspondencia analizada por Vice, creó un laberinto para los científicos. Este pasó por incontables intercambios de correo electrónico, videoconferencias y discusiones entre varias partes interesadas con la ayuda de científicos del Laboratorio Nacional de Los Álamos (el mismo que desarrolló la bomba atómica). Estas comunicaciones, reveladas más tarde en las solicitudes de la Ley de Libertad de Información, mostraron el conflicto entre los esfuerzos de los científicos y funcionarios del gobierno que intentaban ayudar a Siraj y Loeb y los halcones del Pentágono que querían mantener los protocolos necesarios de información clasificada. Finalmente, llegaron a un acuerdo: el Comando Espacial finalmente reconoció la naturaleza interestelar de IM1 con un grado de certeza del 99,9999%, un anuncio formal del Pentágono que llegó en forma de carta a la NASA y confirmó los hallazgos del equipo de Harvard. Tras obtener la confirmación de que IM1 era un visitante interestelar, Siraj y Loeb publicaron su estudio y comenzó la preparación para una aventura, esta vez física: dirigida por Avi Loeb, un equipo de investigadores se embarcó en una ambiciosa expedición para recuperar posibles restos de este objeto interestelar. Su objetivo era recopilar y analizar la evidencia física de IM1, centrándose específicamente en las esférulas que se deberían haber originado en la entrada atmosférica. El IM1, decían en su investigación científica, era el objeto más duro jamás detectado entrando en la Tierra. La primera exploración en búsqueda de material interestelar iba a ser tan difícil como encontrar la proverbial aguja en el pajar pero se lanzaron a lo desconocido sabiendo que la ciencia y los números estaban ahí. La expedición, enmarcada en el Proyecto Galileo para la búsqueda de objetos interestelares que pudieran ser de origen inteligente, puso su punto de mira en el océano Pacífico, cerca de la isla de Manus. La ubicación se eligió en función de la trayectoria calculada de IM1 entre los datos del gobierno americano, los sismógrafos de esa zona y los sensores de audio. Así pudieron triangular una amplia zona de búsqueda. El equipo tendría que actuar rápida y sistemáticamente entre el 14 y el 28 de junio del 2023. Esos eran sus límites. En ese tiempo, los científicos capitaneados por Loeb llevaron a cabo una búsqueda exhaustiva en las profundidades del océano utilizando un catamarán de 40 metros, el M/V Silver Star, equipado con un trineo de 200 kilogramos armado con 300 imanes de neodimio en ambos lados y cámaras de vídeo. Si realmente estaban ahí, los potentes imanes capturarían cualquier partícula metálica fina que luego someterían a exhaustivos análisis en tres laboratorios independientes para ver si eran restos de IM1 o no. El equipo analizó 0,06 kilómetros cuadrados del área objetivo, realizando pasadas hasta que encontraron una línea de esférulas que parecía encajar perfectamente con la posible trayectoria de entrada de IM1. El equipo arrastró el trineo capturando numerosos objetos de diferentes orígenes en zonas de control - donde se sabía que IM1 no podría estar - y la zona que parecía ser región de entrada. Usando separaciones magnéticas y no magnéticas con tamices fueron discriminando los materiales encontrados, culminando en la selección manual de esférulas usando un microscopio binocular. Así, el equipo del profesor Loeb logró recolectar un total de 850 esférulas, con tamaños que iban de las 100 micras a los dos milímetros. Luego, estas muestras se dividieron y enviaron para su análisis utilizando instrumentos de última generación en el laboratorio de geoquímica de la Universidad de Harvard y en el laboratorio de Bruker Corporation en Berlín, Alemania, tras un análisis previo en la Universidad de California Berkeley. Durante su análisis, como describe Loeb, “las esférulas se clasificaron en tres tipos primarios en función de su composición: esférulas ricas en silicato (tipo S), ricas en hierro (tipo I) y vítreas (tipo G). Un subconjunto de estas esférulas, denominadas “diferenciadas”, mostraba similitudes con meteoritos no condríticos y se identificaron como un grupo distinto dentro de las esférulas de tipo S. Esta categorización se basó en proporciones más altas de Si/Mg (silicio y magnesio) y Al/Si (aluminio y silicio), así como en un mayor contenido de elementos litófilos refractarios en comparación con los esférulos condríticos.” La composición química de estas esférulas era diferente a cualquier material conocido de nuestro sistema solar, afirma Loeb y su equipo en un estudio recién publicado que está pendiente de revisión. El resultado, según el astrofísico, es definitivo: la composición de las esférulas revela que, efectivamente, el IM1 es definitivamente interestelar. Al final, el viaje de Siraj, Loeb y compañía, desde la detección de IM1 hasta la recuperación y el análisis de los restos, es una narrativa épica que muestra cómo debe ser el tesón y el rigor del método científico totalmente agnóstico. Una aventura científica como las de antes, con colaboración interdisciplinaria, la lucha con los intereses militares y las críticas de los estamentos y negacionistas sistemáticos desde sus poltronas. Como dice Loeb, aquí solo importa una cosa: la evidencia empírica en el discurso científico y la necesidad de integridad profesional frente al escepticismo por sistema y la opinión pública. Es reconfortante saber que, en estos tiempos de teorías de la conspiración, comentaristas indocumentados y redes sociales estériles, la búsqueda del conocimiento y la verdad científica más allá de nuestros miserables límites puede traer alguna noticia desde más allá de los confines de nuestro sistema solar. Esperemos que la nueva expedición de Loeb a mediados de año nos traiga más noticias y algún trozo más grande de este fascinante objeto.